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jueves, 20 de junio de 2013

Un excelente art. de mi amigo Jordi.Un abrazo.


Más sobre las pensiones

En mi anterior entrada publiqué una explicación sobre el factor de sostenibilidad de forma llana, para todos los públicos. Lo hice porque preveía la ola de barbaridades que iban a comenzarse a decir sobre este asunto, que no son más que burdas intoxicaciones sin más base que los deseos personales de sus redactores.

Para el caso me vale el bodrio que publicó está misma semana el señor Manuel Llamas en "Libertad Digital" bajo el título "Jubílese con un millón de euros". Se da la circunstancia de que el señor Llamas es el redactor jefe de economía de dicha publicación, lo cual simplemente me aterroriza. Si individuos así pueden llegar a ocupar cargos de cierta responsabilidad sin que nadie les ponga el bocado es que vamos mal. Muy mal.

En su artículo, el señor Llamas destila esa mezcla de estulticia y abyección tan propia de quienes se han rendido incondicionalmente a una ideología, cualquiera que sea su color, anulando el más mínimo atisbo de pensamiento crítico de sus mentes. Esa incapacidad de analizar objetivamente las ideas, que les lleva a profesar un dogmatismo incontestable desde sus elevados púlpitos, les impide siquiera ver los defectos de las ideologías que abrazan, y las virtudes de las que se manifiestan contrarias a sus intereses. Ciegos a toda reflexión, estos personajes se vuelven capaces de defender lo indefendible utilizando argumentos testiculares, que han fluido directamente desde sus gónadas hasta sus teclados de ordenador. Un estilo ronceriano, que no por popular es menos nefasto y degradante de la profesión periodística.

El señor Llamas, en su artículo imparte dogmas como el que da hostias bendecidas. Tres de ellos me han dejado francamente perplejo y merecen respuesta, por la increíble dosis de falsedad que manifiestan. Pero antes debo decir que bien está que el señor Llamas defienda los sistemas de capitalización privados de pensiones, pues incluso yo mismo podría estar de acuerdo en algunas de sus ventajas. Lo que ya no es de recibo es que los argumentos que emplea en su artículo sean totalmente falsos. Por no decir inventados.

Comienza el señor Roncero, perdón, el señor Llamas, diciendo que del informe del comité de expertos sobre el factor de sostenibilidad se deduce que las pensiones públicas en el  futuro serán de miseria, con una reducción de importes de hasta el 60 por ciento. No sé si el redactor jefe de economía de Libertad Digital sabe leer, pero presumo que sí, aunque me siento inclinado a pensar que en ese caso no se ha mirado ni una sola de las 43 páginas que constituyen el informe. En ellas ni por atisbo se dice que las pensiones públicas vayan a desplomarse de modo tan catastrófico, ni mucho menos. A lo más, hay una tabla que indica que en el 2050, la caída de la pensión inicial sería de un veinte por ciento.

Por cierto, que a mí eso me parece poco, teniendo en cuenta que, por mucha rabia que nos de a todos los futuros pensionistas, las pensiones públicas en los países más avanzados de Europa hace muchos años que no equivalen al cien por cien del último salario, y oscilan entre el 60 y el 75 por ciento de dicho importe. Cosa lógica por otra parte, porque los retirados de la vida laboral ya no suelen tener los compromisos de gasto que suelen tener quienes tienen muchos años menos: hipotecas y gastos por hijos, básicamente.  Quiero decir que con una pensión equivalente al 70 por ciento del último salario, un jubilado debe poder vivir razonablemente bien. Si desea mejoras, que se las provisiones privadamente, por supuesto.

En el siguiente párrafo se le ve el plumero enseguida al señor Llamas, porque denomina a las pensiones públicas "la gran estafa", para acto seguido efectuar una delirante apología de las pensiones privadas. Vamos a ver, señor llamas, no se quien le paga a usted, pero a veces ser más ferviente partidario de una idea que el propio fundador resulta cómicamente embarazoso. Algo así como ser más católico que el Papa. O más estalinista que Stalin. Ni el Milton Friedman de sus mejores tiempos se hubiese atrevido a afirmar semejante aberración, pues él, como cualquiera medianamente documentado, le diría que las pensiones públicas han sido la fuente de estabilidad económica de gran parte de la población de occidente durante muchísimos años, y especialmente desde el final de la segunda guerra mundial. O sea, que ninguna estafa, salvo la que usted pretende colarnos, en forma de timo de la estampita periodístico.

Eso sin tener en cuenta un par de detalles que no son nimios, precisamente. El primero de ellos es que las dos últimas crisis financieras se han llevado por delante unos cuantos fondos de pensiones en el paraíso de las pensiones privadas, los EE.UU. Y que el gobierno federal ha tenido que salir repetidamente al rescate con inyecciones de fondos de pasmosa cuantía, incluso para los estándares norteamericanos, ya de por sí dados a la grandilocuencia y la exageración. También no está de más recordar que los intentos de pasar a sistemas de capitalización de pensiones en Iberoamérica han dado resultados desiguales e inferiores a lo esperado, por utilizar un adjetivo misericordioso. Y que, por último, y esto es lo más evidente, si siguiendo la línea argumental del señor Llamas admitimos que los estados soberanos son incapaces de garantizar una pensión digna a cuarenta años vista, nadie en sus cabales creerá que una entidad privada pueda garantizar en el mismo plazo que nuestros dineritos estarán ahí esperándonos bien engordados por unos generosos intereses. Más bien, a la vista de como los gestores financieros arruinan cada equis años a sus respectivas entidades, poner nuestro futuro en un fondo de pensiones privado es como para echarse a temblar, créame usted. 

No nos engañemos: lo que el estado no pueda garantizar, jamás podrá garantizarlo una entidad privada. Los estados, al menos hasta el presente, suelen tener una trayectoria más larga y consistente, con más peso específico y más confiabilidad que cualquier entidad privada, por sólida que presuma ser. Y si no, que le pregunten a Lehman Brothers, o a Caja Madrid, por poner dos ejemplos de antaño prestigiosas instituciones más que centenarias, pero que no han sobrevivido a sus respectivos estados. O sea, que si hablamos de garantías, señor Llamas, olvídese de las privadas. No sea cenutrio, hombre, que cosas así caen por su propio peso.

Ya para rematar, y justificar así el título de su panfleto, el señor Llamas hace un exámen, que yo calificaría de daliniano, si no fuera simplemente bochornoso, de las inefables ventajas de poner nuestros ahorros para pensiones en la bolsa, vistos sus rendimientos acumulados. Para ello utiliza el argumento, torticero como el que más, de que la rentabilidad media de la NYSE desde su fundación en 1871, es del 7 por ciento, similar también al del Ibex35 español. En fin, que me dan ganas de apagar el ordenador en el que escribo esto, de tan cansino que resulta tener que refutar semejante estupidez, pero allá vamos.

En primer lugar, las rentabilidades en una serie temporal lo suficientemente larga pueden ser indudablemente considerables, no lo niego. Sin embargo, las fluctuaciones a medio plazo pueden ser lo suficientemente intensas como para dejarnos en la ruina. El señor Llamas parte de la falacia de que en una situación de estampida financiera, como el lunes negro de 1987, o la crisis hipotecaria de 2008, los inversores tendrán la suficiente calma como para dejar sus inversiones en bolsa dormitar indefinidamente hasta que recuperen su valor. El problema es que cuando sucede con el Ibex35 lo del 2010, cuando su índice se redujo a la mitad de su valor, recuperar el importe de lo invertido puede requerir no una, sino dos vidas enteras. Y si nos toca jubilarnos en uno de esos ciclos decrecientes de la bolsa, estamos apañados, como bien saben todos cuantos invirtieron sus ahorros en los múltiples fondos de inversión que pululaban a mediados de la década pasada.

Jugar en bolsa es muy, pero que muy arriesgado, salvo que uno disponga de un buen capital sobrante y que diversifique mucho los riesgos. Por eso ningún fondo de pensiones, público o privado, se lo juega todo a esa carta. En una cosa le puedo dar la razón al señor Llamas: ciertamente se podría llegar a tener un millón de euros para la jubilación. Pero también es cierto que con mas probabilidad no sólo no tendríamos ese millón de euros, sino que tendríamos que mendigar el sustento a amigos y familiares. En cuanto a probabilidades, entendidas como un juego que afectara una mayoría de la población, son mucho mayores las de perder que las de ganar a la bolsa, y hay cientos de estudios que se lo pueden demostrar con los datos en la mano, señor Llamas. Por la sencilla razón de que los grandes períodos de beneficios en bolsa suelen correlacionarse con burbujas financieras especulativas, no sincronizadas con la economía real. Y cuando pincha la burbuja....

Un último apunte, señor redactor jefe de economía. Los rendimientos en bolsa muestran una relación inversa con los tipos oficiales de interés. Es muy fácil que con tipos de interés reales negativos, en un proceso que se inició en Japón después de su desastre económico de los años noventa, que el dinero privado fluya hacia productos más atractivos, encabezados por la inversión en bolsa. Pero lo cierto es que esos tipos de interés tan bajos son puramente coyunturales, y por muy larga que sea esa coyuntura, no tenemos ningún antecedente histórico que nos permita siquiera suponer que se vayan a mantener indefinidamente así. Al contrario, muchísimos expertos insisten en que esos tipos de interés tan bajos no son sostenibles durante mucho más tiempo, y que habrán de ir subiendo paulatina pero inexorablemente. Y con tipos de interés más altos, la bolsa ya no es tan atractiva, porque los rendimientos que genera frente al riesgo que se asume no compensan tanto. Así que, a largo plazo, es mucho más seguro y rentable invertir en deuda pública de los estados, incluso para gestionar las pensiones futuras. Públicas o privadas.

Señor Llamas, lo que usted ha escrito es una diatriba contra las pensiones públicas sin ningún fundamento. Podría haber empleado argumentos no tan espectaculares, pero mucho más realistas para defender su criterio, y sin necesidad de infundir pánico, que es la única intención palpable que percibo en sus palabras. Me gustaría pensar que las prisas por entregar su artículo le han hecho perder la cabeza y atajar  por la vía de una demagogia facilona que satisfaga a sus mentores en la sombra. Aunque tampoco puedo dejar de pensar si no será usted uno de esosnuevos periodistas carentes de toda ética y sentido de la responsabilidad que tanto abundan en la red, a la sombra de deleznables publicaciones digitales pretendidamente independientes. 

Qué pena, y qué asco.

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