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jueves, 20 de junio de 2013


Marginalidad y desempleo: Las mechas de los estallidos que vienen




El malestar social que generan la desocupación crónica y el deterioro de las condiciones salariales, así como el achicamiento de la capacidad de consumo, alimenta y exacerba el estado de frustración colectiva, provoca pérdida de confianza en los políticos y alienta las huelgas y estallidos sociales que comienzan a extenderse por toda la geografía europea,Sudamérica (Brasil) y ya amenazan a EEUU. El sistema está en un punto de inflexión: La pérdida de gobernabilidad.
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Con Estados quebrados por la crisis de las deudas, con una recuperación incierta de la recesión (con países que siguen desacelerados), mercados financieros volátiles (vuelta a la desconfianza del sube y baja), contracción del crédito orientado a la producción, consumo social sin recuperación, bajas de recaudación y subas siderales del déficit, desempleo masivo persistente y ajustes salariales en ascenso, la “bomba social” (emergente de la crisis y de los ajustes) ya asoma como el desenlace más lógico en la eurozona y los propios EEUU
En este contexto hay que leer el actual estallido social en Turquía y Brasil, y anteriormente en Gran Bretaña, España, Grecia, Italia y Francia.
La crisis fiscal de los Estados (que se expande por todo la eurozona) ya derivó en “crisis social” por medio de dos actores centrales: La baja de la capacidad de consumo y el desempleo crónico, que ya afecta a casi el 10% de la población, principalmente a los sectores más pobres y vulnerables de la sociedad europea y estadounidense.
Pero a ese escenario emergente de la crisis que se proyecta desde el capitalismo central a la periferia, hay que agregar un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en París: El 60% de la población activa mundial trabaja sin contrato de trabajo ni prestaciones sociales.
“Hay un claro vínculo entre empleo informal -sin contrato- y la pobreza”, indica el informe que pronostica que en 2020 el trabajo sumergido implicará al 66% de la población.
La “crisis social” afecta de manera diferente en la pirámide social: En las clases altas y medias se proyecta como una “reducción del consumo” (principalmente suntuario), en cambio en las clases bajas y marginales se expresa en la desocupación y en una restricción del consumo de los productos básicos para la supervivencia (principalmente alimentos y servicios esenciales).
Esta situación -según las estimaciones- va a derivar en que los sectores sin cobertura ni protección legal, sufran despidos en masa cuando la crisis devenga nuevamente en recesiva (como ya lo advirtieron la OCDE y el FMI) y las empresas decidan “achicar costos laborales” para preservar su rentabilidad.
El sistema de gobernabilidad político y económico de la eurozona hoy se encuentran en riesgo de disolución a raíz de la “crisis financiera” que derivó primero en “crisis recesiva”, luego en “crisis fiscal” de los Estados, y que ahora se convirtió en “crisis social” de la mano de los ajustes, los despidos laborales y el achicamiento del consumo popular.
Esta dialéctica de acción-reacción es lo que define, en forma totalizada, un fenómeno que excede la denominación reduccionista de “crisis económica” con el que los analistas del sistema califican el actual colapso económico europeo.
El capitalismo central europeo (tanto como EEUU) no está en “crisis económica”, sino en “crisis total”, y al final del proceso, si quiere supervivir como bloque, deberá echar mano a lo único que puede preservar su dominio: La represión militar.
Esa es la lectura inmediata que surge del proceso europeo con Estados quebrados y ajustes salvajes, que profundiza el desempleo en masa y la crisis de credibilidad social en los políticos y las instituciones.
Pero este escenario de masa laboral “desprotegida”, que el sistema puede expulsar cuando quiere y sin ningún tipo de compensación, es parte integrante de un “cuadro general” de la exclusión y la marginalidad mundial formado por: 3000 millones de pobres, 963 millones de hambrientos y más de 190 millones de desempleados, registrados -según la ONU y el Banco Mundial- en situación precaria antes del colapso financiero en las metrópolis imperialistas.
Mientras que en la pirámide del colapso recesivo global, para un rico o un clase media alta la “crisis social” significa un “achicamiento del cinturón” (prescindir de productos suntuarios o de algún confort), para un integrante de la clase baja significa quedar desocupado o perder capacidad de supervivencia a través de la reducción de su salario.
De manera tal, que en la crisis social se proyectan las mismas variables que en el resto de la economía capitalista: El peso de la crisis golpea con fuerza sobre la base del triángulo social más desposeído (obreros asalariados y pobres) mientras se atenúa en el medio y en el vértice (empresarios, ejecutivos y profesionales) , donde se concentra la mayoría de la riqueza acumulada por la explotación capitalista.
En el 2009 se estimaba que el proceso de crisis financiera recesiva (que tuvo su epicentro en EEUU y Europa y que ya se extendió por las potencias centrales y el mundo periférico) iba a dejar unas 1000 millones de personas expulsadas del circuito del consumo por la desocupación masiva desatada sobre los trabajadores y sus grupos familiares por el cierre de fábricas y empresas.
La amenaza de desocupación crónica y masiva y la reducción del salario como producto de los ajustes, es el núcleo esencial, el detonante central de los conflictos sociales que hoy ya se extienden por Europa y que se van a proyectar a corto plazo (por vía de los bancos y empresas transnacionales que despiden masa laboral a escala global) a toda la periferia de Asia, África y América Latina.
El comisario de Empleo señala que el desempleo aumenta en toda la Unión Europea afecta a más del 10% de la población activa .
En algunos países, como España, ese porcentaje se acerca al 25 por ciento y, entre los jóvenes, afecta a casi el 50%.
La medición oficial, revela que miedo es el sentimiento más generalizado entre los ciudadanos de la eurozona .
Sienten temor a no poder llegar a fin de mes, a no poder afrontar los gastos básicos y a la pérdida del empleo, un sentimiento que siente uno de cada tres europeos.
Aunque esta percepción aumenta hasta el 73 por ciento en Grecia, el 68 por ciento en España, el 63% en Italia y el 62% en Irlanda, los países más afectados por la crisis y donde el mercado laboral se ha deteriorado con más rapidez y contundencia.
Además, pocos confían en el mercado laboral pues la mitad considera que, en caso de ser despedidos, será “poco probable” o “completamente improbable” que alguien vuelva a contratarlos en los siguientes seis meses.
Casi no hay informes (y los que hay son manipulados y reducidos) de cómo la crisis de los países centrales ya impacta en las economías y en las sociedades de los países subdesarrollados de Asia, África y América Latina, donde se concentra la mayoría del hambre y la pobreza a escala planetaria.
Mientras las potencias capitalistas centrales se concentran en “combatir la pobreza” con un presupuesto de US$ 896 millones, los primeros veinte supermillonarios de la lista Forbes concentran juntos una cifra de más de US$ 400.000 millones.
Esa cifra (en manos de sólo veinte personas) equivale casi al PBI completo de Sudáfrica, la economía central de Africa, cuya producción equivale a un cuarto de la producción total africana.
Como contrapartida (y demostración de lo que produce el capitalismo), esas zonas marcadas por una altísima y creciente concentración de hambre y pobreza, figuran en las estadísticas económicas mundiales como las mayores generadoras de riqueza y rentabilidad empresarial capitalista de los últimos diez años.
Tanto el “milagro asiático” como el “milagro latinoamericano” (del crecimiento económico sin reparto social) se construyeron con mano de obra esclava y con salarios en negro. Esto lleva a que, al caerse el “modelo” por efecto de la crisis recesiva global, el grueso de la crisis social emergente con despidos laborales en masa se vuelque en esas regiones.
Y tampoco es casualidad que en estas regiones subdesarrolladas o “emergentes” de Asia, África y América Latina se registre el mayor índice de población laboral en “negro” y la mayor cantidad de pobres, desocupados y excluidos que registra el sistema capitalista a escala global.
Pero de esta cuestión estratégica, vital para la comprensión de la crisis global y su impacto social masivo en las clases sociales más desprotegidas del planeta, la prensa internacional no se ocupa.
Los medios locales e internacionales están ocupados en dilucidar la “disminución de las fortunas de los ricos” y la pérdida de rentabilidad de las empresas y bancos que han generado la crisis por exceso de depredación capitalista y de concentración de riqueza, por medio de la explotación y apropiación del trabajo social colectivo.
A los especialistas del sistema sólo les preocupa el impacto de la crisis en el “mercado” y en las sociedades de los países centrales, pero nadie presta atención en el impacto (y en el desenlace) que finalmente va a tener la crisis con desocupación en las áreas subdesarrolladas y emergentes que cobijan a las poblaciones más pobres y desprotegidas del planeta.
La misma ecuación (de proyección y efecto disímil de la crisis social) se produce en la pirámide de países capitalistas, claramente dividida entre el vértice (las naciones centrales), el medio (las naciones “emergentes”) y la base (las naciones “en desarrollo”).
En este escenario, y como sucede cíclicamente, nuevamente los sujetos y actores de la crisis social, los motorizadores de las revueltas colectivas (tanto en los países centrales como en las periferias de Asia, África y América Latina) van ser los millones de desocupados y expulsados del mercado del consumo que no van a tener medios de subsistencia para sus familias.
No es el mercado (en sus distintas variantes macroeconómicas), sino que son los expulsados del mercado (los excluidos sociales) los que van a protagonizar el desenlace decisivo de la crisis global capitalista que se avecina.
Y hay una explicación lógica: La crisis financiera y la crisis recesiva, cuyo emergente inmediato es la quiebra y cierre de bancos y empresas, pueden ser reguladas y controladas por medio de la inyección de billonarios fondos por los gobiernos y los bancos centrales imperiales.
En cambio, para los efectos sociales de la crisis económica (la desocupación y el achicamiento del consumo) no existe otro remedio que reocupar a la mano de obra expulsada si se quiere evitar el colapso social y las revueltas populares.
Y para un capitalismo en crisis, cuya lógica funcional pasa por expulsar trabajadores para mantener su tasa de rentabilidad, esa es una tarea imposible.
Por lo tanto, los conflictos sociales son inevitables como desenlace.
Los estallidos y revueltas sociales en EEUU a causa de la crisis, que proyectan desde la CIA hasta los estrategas de Obama, no van a ser protagonizados por los ricos que disminuyeron sus fortunas, ni por los ejecutivos o profesionales que disminuyeron sus ingresos, sino por los cientos de miles de obreros y empleados que van ser expulsados del mercado laboral.
Los sujetos y actores de la crisis social, los motorizadores de las revueltas sociales (tanto en los países centrales como en las periferias de Asia, África y América Latina) van ser los millones de desocupados y expulsados del mercado del consumo que no van a tener medios de subsistencia para sus familias
La maquinaria mediática, que habla de “crisis global” mezclando en una misma bolsa de “perjudicados” a las víctimas (los sectores más bajos de la pirámide) con los victimarios (los ricos del vértice de la pirámide), tiene como misión central ocultar lo que se avecina: Una rebelión mundial generalizada de los pobres contra los ricos.
Esa rebelión (como ya se está mostrando) se va a expresar, a nivel de países, en un auge del nacionalismo en los países de la periferia emergente y subdesarrollada y en un cuestionamiento creciente del centralismo explotador y proteccionista de las potencias regentes.
A nivel social, el proceso recesivo con desocupación va a ir generando escaladas masivas de conflictos sociales protagonizados por dos actores centrales: Los pobres y desocupados.
Y los ricos, los del vértice de la pirámide (tanto de los países centrales como periféricos) van a estar todos juntos del lado de una sola trinchera: La represión policial y militar.
Los planificadores y estrategas del sistema ya tienen un nombre: Democracia Blindada.

4 comentarios:

  1. Brasil: contexto del estallido social

    D
    ecenas de miles de brasileños volvieron a tomar ayer las calles de Sao Paulo y las inmediaciones de Río de Janeiro para protestar en contra del alza generalizada en las tarifas del transporte público, al denunciar la presunta corrupción en los gobiernos de distinto signo político y demandar la mejora de los servicios públicos. En capitales estatales como Porto Alegre y Recife, las manifestaciones de los últimos días derivaron en el anuncio de que se reducirán los precios en autobuses, metro y tren, en tanto que el alcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, aceptó ayer mismo revisar el costo al público del primero de esos medios de transporte.

    Las movilizaciones en varias urbes brasileñas resultan significativas no sólo por el elevado número de personas que han concentrado y por la coyuntura en que ocurren, sino porque tienen lugar en un país cuyo gobierno se ha enfocado, durante la última década, en contener los factores originarios de los descontentos sociales, y que parecía, en consecuencia, poco proclive al surgimiento de éstos. En efecto, más allá de la valoración que se tenga sobre los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, es innegable que han sido particularmente exitosos en el diseño y aplicación de políticas de generación de empleo –como demuestra la creación de unos 18 millones de puestos de trabajo en los recientes 10 años–, reducción de la pobreza y combate al hambre –más de 30 millones de brasileños han transitado de los estratos sociales bajos a la clase media en ese periodo–, crecimiento del poder adquisitivo del salario –el cual ha aumentado más de 50 por ciento en términos reales desde 2003– y reactivación de las cadenas industriales, lo que ha dotado al país de perspectivas de desarrollo y dinamismo económico envidiables en la región y en el mundo.

    Otro elemento novedoso de las protestas en Brasil es la respuesta que ha tenido la clase dirigente: a contrapelo de la sordera y las reacciones represivas que caracterizan a otros gobiernos frente a movilizaciones similares, Rousseff ha actuado con sensatez y contención discursiva, al grado de que ayer se dijo orgullosa de las movilizaciones y señaló que esas voces de las calles merecen ser escuchadas. Similares expresiones han sido utilizadas por el ex mandatario brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien señaló que nadie en su sano juicio puede estar en contra de las manifestaciones de la sociedad civil.

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  2. No obstante estos matices, que abren saludables perspectivas para una solución concertada en el país sudamericano, el claro origen social del descontento popular y el genuino carácter apartidista de las movilizaciones ponen en perspectiva un agotamiento y una necesidad de viraje por parte de la propuesta política de los partidos políticos tradicionales, particularmente del gobernante Partido de los Trabajadores.

    Desde una perspectiva más general, el estallido de descontento en Brasil se inscribe en un contexto de movimientos sociales de nueva generación que van desde la llamada primavera árabe hasta el movimiento Ocupa Wall Street en Estados Unidos, pasando por los indignados de España y las protestas estudiantiles recientes de Chile y México. Más allá de su heterogeneidad, estas expresiones de inconformidad tienen como denominador común el uso masivo y sistemático de las redes sociales y de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, lo que los dota de enorme dinamismo, capacidad organizativa y proyección internacional.

    Tales elementos, por último, tendrían que llevar a los gobiernos del planeta a verse reflejados en espejos como el brasileño: si el surgimiento de estas protestas es posible en un país cuya política social y económica ha estado orientada a la atención de los rezagos económicos y sociales, tanto más lógico resultaría que expresiones similares de inconformidad popular ocurrieran en naciones como la nuestra, donde las causas originarias del descontento han sido desatendidas e incluso aceleradas y multiplicadas por la aplicación del modelo económico depredador aún vigente.

    ManuelJMarques En Grecia 18/06/2013

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  3. ¿Por están apareciendo estallidos sociales?

    La Respuesta es de un Político Ruso:
    Sergei Karaganov*
    "Debemos encontrar formas de prevenir la polarización política que propició la aparición de sistemas totalitarios en el siglo XX."
    MOSCÚ. Actualmente el mundo se ve sacudido por cambios tectónicos casi demasiado numerosos para contarlos: la crisis económica actual está acelerando la degradación de la gobernación internacional y las instituciones supranacionales y ambas cosas están ocurriendo junto con un traslado en gran escala del poder económico y político a Asia. Menos de un cuarto de siglo después de que Francis Fukuyama declarara "el fin de la Historia", parece que hemos llegado al amanecer de una nueva era de conmoción social y geopolítica.
    El mundo árabe se ha visto barrido espectacularmente por una primavera revolucionaria, aunque esta está volviéndose rápidamente un gélido invierno. De hecho, la mayoría de los nuevos regímenes están combinando el antiguo autoritarismo con el islamismo, con el resultado consiguiente de un mayor estancamiento social, resentimiento e inestabilidad.
    Sin embargo, más notables aún son las manifestaciones de la base social (y antisocial) que están extendiéndose rápidamente en las acomodadas sociedades occidentales. Esas protestas tienen dos causas importantes.
    En primer lugar, la desigualdad social ha aumentado sin cesar en Occidente en el último cuarto de siglo, gracias en parte a la desaparición de la Unión Soviética y, con ella, la amenaza del comunismo expansionista. El espectro de la revolución había forzado a las minorías dominantes occidentales a utilizar el poder del Estado para redistribuir la riqueza e impulsar el crecimiento de las clases medias leales, pero, cuando el comunismo se desplomó en su núcleo euroasiático, los ricos de Occidente, convencidos de que ya no tenían nada más que temer, presionaron para reducir el Estado del bienestar, con lo que la desigualdad aumentó rápidamente. Resultó tolerable mientras la tarta completa siguió ampliándose, pero la crisis financiera mundial de 2008 puso fin a esa situación.
    En segundo lugar, en los quince últimos años, centenares de millones de puestos de trabajo se trasladaron a Asia, que ofrecía una mano de obra barata y con frecuencia muy capacitada. Occidente, eufórico por su victoria sobre el comunismo y su crecimiento económico aparentemente imparable, no aplicó las reformas estructurales necesarias (Alemania y Suecia fueron las escasas excepciones). En cambio, la prosperidad occidental dependía cada vez más de la deuda.
    Pero la crisis económica ha vuelto imposible mantener una buena vida con dinero prestado. Los americanos y los europeos están empezando a entender que ni ellos ni sus hijos puedan dar por sentado que serán más ricos con el tiempo.
    Ahora los gobiernos afrontan la difícil tarea de aplicar reformas que afectarán con mayor dureza a la mayoría de los votantes. Entre tanto, no es probable que la minoría que se ha beneficiado financieramente en los dos últimos decenios abandone sus ventajas sin luchar.
    Todo esto ha de debilitar por fuerza el atractivo de la democracia occidental en países como Rusia, donde, a diferencia de Occidente o, en gran medida, del mundo árabe, quienes están organizando las manifestaciones en masa contra el gobierno pertenecen a la minoría económicamente poderosa. Hay un movimiento de reforma política que exige cada vez más libertad y rendición de cuentas por parte de los gobiernos- y no de protesta social, al menos aún no.

    Traducido del inglés por ManuelJMarques 2012

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  4. Hace unos años, estaba de moda preocuparse por la amenaza que el capitalismo de estilo autoritario (por ejemplo, en China, Singapur, Malasia o Rusia) representaba para el capitalismo democrático. Actualmente, el problema no es sólo económico.
    El modelo del capitalismo occidental, propio de una sociedad basada en una prosperidad casi universal y en la democracia liberal, parece cada vez más ineficaz en comparación con la competencia. Las clases medias de los países autoritarios pueden presionar a sus dirigentes en pro de una mayor democracia, como en Rusia, pero es probable que las democracias occidentales se vuelvan también más autoritarias.
    De hecho, conforme a los criterios actuales, Charles de Gaulle, Winston Churchill y Dwight Eisenhower fueron dirigentes relativamente autoritarios. Occidente tendrá que volver a adoptar ese planeamiento o arriesgarse a salir perdiendo a escala mundial, a medida que sus fuerzas políticas ultraderechistas y ultraizquierdistas consoliden sus posiciones y sus clases medias empiecen a disolverse.
    Debemos encontrar formas de prevenir la polarización política que propició la aparición de sistemas totalitarios -comunistas y fascistas- en el siglo XX. Afortunadamente, es posible. El comunismo y el fascismo nacieron y arraigaron en sociedades desmoralizadas por la guerra, razón por la cual ahora hay que adoptar todas las medidas para prevenir el estallido de una guerra.
    Está llegando a ser particularmente pertinente en la actualidad, pues el olor a guerra se cierne sobre el Irán. Israel, que afronta un repentino aumento del sentimiento hostil entre sus vecinos a raíz de sus levantamientos "democráticos", no es la única parte interesada. Muchos en los países avanzados e incluso algunos en Rusia parecen cada vez más dispuestos a apoyar una guerra con el Irán, pese a -o tal vez por- la necesidad de abordar la actual crisis económica mundial y el fracaso de la gobernación internacional.
    Al mismo tiempo, grandes oportunidades se perfilan en épocas de cambios de gran alcance. Miles de millones de personas en Asia han logrado salir de la pobreza. Nuevos mercados y esferas para la aplicación de la inteligencia, la educación y los talentos están apareciendo constantemente. Los centros de poder del mundo están empezando a contrapesarse, con lo que socavan las ambiciones hegemónicas y anuncian una inestabilidad creativa basada en una multipolaridad auténtica, en la que las personas consiguen mayor libertad para determinar su destino en la escena mundial.
    Paradójicamente, los cambios y las amenazas mundiales actuales ofrecen posibilidades tanto para la coexistencia pacífica como para el conflicto violento. Por suerte o por desgracia, de nosotros -solos- depende determinar cómo será el futuro.
    * Decano de la Escuela de Economía Mundial y Asuntos Internacionales de la Escuela Superior de Economía de la Universidad Nacional de Investigación de Rusia.

    Traducido del inglés por ManuelJMarques 2012

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