El lado positivo de la envidia es su capacidad para inducir a la praxis. Todos sabemos que la envidia es un sentimiento activo, siempre en movimiento y a menudo proponiendo distintas clases de réplicas. Por ejemplo, esta: cada vez que puede, el envidioso se disfraza bajo la capa del anonimato para golpear al que descuella. La sabiduría popular es más sabia: clavo que sobresale recibe un martillazo. Así andan los envidiosos, con mazos y camuflajes.
La envidia —casi nunca quieta, casi siempre en acción— por lo regular está agazapada tras los triunfadores, quienes no la ven mientras están en el escenario, o mientras están muy obnubilados por los deseos de exhibirse. De esta impalpable relación nació la plutografía —esa enorme y globalizada pasión por los ricos y los famosos—, como la hermana más condescendiente de los mirones y los celosos. No obstante, los famosos (que confirman la avidez de los plutógrafos y de los paparazzi) no siempre están preparados para recibir los ataques de los envidiosos: como la pluto es la sombra detrás de la gloria, ella suele ocultarse al lado de las demás virtudes pero asegurándose de hacer presencia porque el mérito no puede vivir sin el picotazo de la envidia.
Desde el punto de vista de la oferta nunca ha podido definirse la envidia, ni por sus manifestaciones previas, ni por los efectos que procura vender. ¿Es una tristeza de lo que nos falta? ¿Es un resentimiento por las posesiones materiales? ¿Es causada por las facultades del otro? A veces parece fácil describirla como una pura codicia material: los envidiosos miran al otro con rabia cuando ven que no pueden apropiarse de los bienes intangibles de los demás. Pero del lado de la demanda no existe siquiera una teoría: ¿quién la reclamaría? ¿Quién solicitaría que se hiciera presente para conturbar los destinos felices?
Aunque se disfraza muy cuidadosamente (sus máscaras son infinitas), la envidia es insaciable y carnicera hasta cuando cree alcanzar sus metas; en ese momento, los envidiosos se vuelven haraganes como si ya hubiesen dominado su voracidad de mucho tiempo. Pero también la azotan las comparaciones; en alguna ocasión decían de ella: “La envidia es una ramera con la cual, tarde o temprano se acuestan los resentidos”. No obstante, los más indulgentes se alivian contando la historia de la cesta de los cangrejos.
Dicen los pescadores que las cestas utilizadas para transportar cangrejos no necesitan tapas: los mismos cangrejos se empeñan en que todos sus compañeros permanezcan en el fondo del canasto. Cangrejo que trata de escalar las paredes del canasto, es cangrejo que los demás derriban agarrándolo de las patas con sus tenazas. Nuevamente, y de acuerdo con los dichos populares, podría afirmarse que el eslogan de la envidia no es otro que éste: “o todos en la cama o todos en el suelo”.
De otra parte, y aunque no suele percibirse de primera mano y se disfrace de la mejor manera, la envidia es de todos modos una confesión de inferioridad personal. Por eso cuando el más eficaz de los cangrejos muestra los méritos que tiene, no tarda en decirse de él que es un acomplejado: brilla como el sol pero siente celos de una vela. Al mismo tiempo, como no se aman a sí mismos, los cangrejos tampoco aman a nadie. Y, por lo tanto, desperdician sus energías no tanto en los sentimientos positivos sino en la ironía y en la crítica destructiva.
Por eso la envidia es, para el que la posee, como un picante grano de arena en el ojo que le causará toda clase de molestias hasta muy adentro de sus infaltables y mezquinos días. Es inacabable, no hay remedio: ella seguirá viva en el alma de sus protagonistas, que la disimulan mediante expresiones inocuas e indirectas porque saben la letal energía que emanan las frases incompletas, las dudas en suspenso, los cuestionamientos apagados, las insinuaciones que no parecen conducir a ninguna parte. Ubicado en la cesta, el cangrejo nunca puede descansar en paz.
(Extractado de “Postigos: Asomos y presencias literarias”, Jaime Lopera Gutiérrez, Biblioteca de Autores Quindianos, Gobernación del Quindío: Dirección de Cultura, Universidad del Quindío, Primera edición, Armenia, 2010)
Gracias a mi amigo Carlos , por dejarme reporta este interesante art. s/ la envidia, es curioso la similitud hacia los cangrejos y los seres humanos.. curiosa coincidencia. Hay cómo dice el dicho QUE MALA ES LA ENVIDIA..
ResponderEliminarUn abrazo.
Gema
un enjundioso texto, desde luego; a veces la envidia se racionaliza como igualitarismo. Ojalá fuese la envidia siempre proactiva, a menudo reconcome al individuo en esa paralizante codicia de lo ajeno.
ResponderEliminarsaludos blogueros