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viernes, 27 de julio de 2012


“Villas miseria”, entre adicciones y el olvido

 
ZONA MARGINAL. Los deseos de urbanización de las “Villas miseria” contrastan con las imágenes que ahí se captan. ESPECIAL

  • Migrantes provenientes de países vecinos sobreviven en conglomerados en donde reinan la pobreza y la droga
BUENOS AIRES, ARGENTINA - El navegador GPS muestra un triángulo rojo cuando el coche se aproxima a la Villa 21 de Buenos Aires y nos advierte de que estamos entrando en una zona de peligro. Las “villas miseria” son la cuna y la tumba de los adictos al “paco”, la pasta base de cocaína, tal vez la droga más destructiva. Mencionar la Villa 21 o la Ciudad Oculta o la 1-11-14, también conocida como el Bajo Flores, es evocar los callejones de menos de un metro de ancho y sin salida, las tomas ilegales de corriente eléctrica, los comedores benéficos, los sepelios de pequeños narcotraficantes cortejados por sus compinches disparando al aire. Hay decenas de ellas repartidas por Argentina, repletas de gente acostumbrada a que ningún Gobierno atienda sus necesidades. Son sinónimo de abandono, droga y violencia. Y sin embargo, la mayoría de sus habitantes son humildes trabajadores, a menudo inmigrantes procedentes del campo o de Perú, Paraguay, Bolivia... Empleadas domésticas, albañiles, carpinteros y camareros obligados a veces a ocultar su lugar de residencia.

“El que vive acá se tiene que buscar un amigo en la ciudad para cuando vaya a pedir laburo (trabajo) dar su dirección. Porque como vean que vives acá nunca te contratan”, confiesa Cristián Heredia, de 32 años y residente en Villa 21. En la 21-24 sólo las multas y las citaciones judiciales llegan a las casas; el resto del correo hay que recogerlo en una oficina municipal. En cada esquina patrullan agentes de la Prefectura, una Policía militarizada que hasta hace pocos meses se limitaba a la vigilancia de costas y fronteras.

“Acá a la fuerza tenemos que ser todos albañiles, fontaneros y electricistas. Yo no tenía ni idea de construir una casa, pero tuve que hacerme la mía. Y caerse no se ha caído”, explica Héctor Kopp, alias “Maxi”, de 29 años, miembro de la ONG “Vientos Limpios del Sur”. “Maxi” cuenta que en la década de los noventa nadie podía salir apenas de su propia calle porque había unas 15 bandas enfrentadas dentro de la Villa 21 y era imprescindible llevar el fierro, la nueve milímetros, en la cintura. Después se apaciguó la cosa, pero en el año 2000 llegó el paco y otra vez se volvió a torcer. Entonces de aquí y allá se organizaron “Las madres del ‘paco’” y el padre Pepe, que era un cura que se movía en bicicleta, las apoyó contra el narco y fundó un hogar para adolescentes. Hasta que hace un año y medio el cura empezó a recibir amenazas y se tuvo que marchar a más de mil kilómetros de allí.

“Aprendí mucho ahí durante 15 años y ahora echo en falta todo”, cuenta el padre Pepe por teléfono. “Son mi familia. La mayoría son inmigrantes, gente de trabajo, con ganas de progresar. El paco llegó después de la crisis de 2001 y fue como un tsunami, no sabíamos a dónde acudir. Pero el problema es que nunca hubo planes serios de urbanización. Es duro vivir ahí. Muchas veces a uno lo despertaban los tiros por la noche. Las amenazas eran muy serias y me fui cuando vi que le podría pasar algo a la gente que trabajaba conmigo”.

“Las villas aparecieron en Buenos Aires a partir de la crisis de 1930”, cuenta Silvina Premat, autora del libro Curas villeros. “Eran gente muy pobre viviendo al aire libre. En 1960 ya se formaron barrios. Y los curas empezaron a ver que no iban a la iglesia y crearon allí capillas. Y vieron que la gente no tenía agua, ni luz, ni gas y empezaron a solucionar problemas. Hasta 2009 no había presencia del Estado en las villas. Ahora cambió un poco, porque en algunas están la gendarmería y la Prefectura”. El censo de 2010 certificó que 164 mil personas viven en las villas de la capital.

De vez en cuando, algún crimen, la detención de un narco, el corte de carreteras en demanda de suministro eléctrico o el estreno de una película hacen que la sociedad vuelva la mirada hacia ellas. La última película ha sido El elefante blanco, que narra las desventuras de un cura encarnado por el actor Ricardo Darín en la Ciudad Oculta, una villa de Buenos Aires. El Elefante Blanco es un inmenso edificio en cuyo origen se refleja todo el drama de los mejores sueños rotos. El proyecto data de 1823 y lo retomó Juan Domingo Perón en sus dos primeras presidencias (1947-1955). Se pretendía construir ahí el hospital más grande de Latinoamérica. Perón fue derrocado en 1955, el edificio quedó abandonado y ahora viven en él familias de las que casi nadie se acuerda si no es por el rodaje de alguna película.

El padre “Toto”, el sucesor del padre Pepe, se alegra de que El Elefante Blanco haya puesto de nuevo a la sociedad frente al problema de las villas. Pero él no quiere oír hablar de “urbanización” de la villa, porque le suena a “colonización”, sino de “integración urbana”. “La villa también tiene mucho que enseñar a la ciudad. Esto era un basural y los vecinos lo convirtieron en barrio. Acá hay un sentido de la vecindad y de la solidaridad que no se encuentra en muchos lugares”. El padre “Toto”, que también se mueve en bicicleta, explica que no basta con querer ayudarles. “Hay que conocer sus verdaderas necesidades”.

¿Y cuáles son sus necesidades? “Que abran las calles de una vez”, explica Maxi, de la ONG Vientos Limpios del Sur. “¡Aquí las calles mueren en cualquier sitio, en medio de la nada!”. “¡Hay que urbanizar esto!”. Unos lo expresan mejor y otros peor, pero casi todos los consultados vienen a decir lo mismo que Mónica Ruejas, presidenta de la junta vecinal de Villa Soldati: el gran problema en las villas es que nunca ha habido un proyecto estable.

El País


LÍDERES DE OTROS GREMIOS DESCONOCEN A HUGO MOYANO

Opositor de Cristina Fernández es reelegido como líder de trabajadores

BUENOS AIRES, ARGENTINA
.- La principal central sindical de Argentina formalizó su fractura, tras reelegir al líder camionero Hugo Moyano como secretario general en una votación no reconocida por varios gremios que le cuestionan su actitud combativa hacia el gobierno de Cristina Fernández.

Moyano encabezará la Confederación General del Trabajo (CGT) por un tercer período de cuatro años, un hecho inédito en la historia de esa organización gremial fundada en 1930, y que desde los años 40 es dirigida de manera ininterrumpida por el peronismo.

“Hoy va a quedar en las páginas de la historia del movimiento obrero organizado como un día sumamente especial... Jamás en la historia, con gobiernos militares, civiles, etcétera, se trató de incidir como ahora en las organizaciones gremiales”, dijo Moyano a sus seguidores tras obtener la reelección con el apoyo de más de mil congresales de distintos gremios.

La elección de la CGT realizada en el club Ferro Carril Oeste de esta capital se produjo en un momento de máxima tensión entre la presidenta Fernández y Moyano, antaño su fiel aliado, pero que ahora asumió un discurso de tono opositor porque, según el sindicalista, el Gobierno no atiende su reclamo de mejora del poder adquisitivo de los trabajadores ante una inflación anual de 25 por ciento.

La validez de la votación está en discusión porque días atrás el Ministerio de Trabajo impugnó el Congreso de la CGT debido a supuestas irregularidades. Los dirigentes de otros gremios poderosos  no reconocen el liderazgo de Moyano ni comparten su enemistad con el Gobierno y realizarán la elección de su propio secretario general el 3 de octubre.               

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