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viernes, 27 de julio de 2012


Los aeropuertos «fantasma»

Castellón, Ciudad Real, Lérida, Huesca, Badajoz y Córdoba integran la lista de aeródromos sin aviones




El montaje de la faraónica escultura del artista Ripollés en el aeropuerto de Castellón, que sigue sin entrar en servicio a los quince meses de su inauguración, ha reabierto el debate sobre las millonarias inversiones enterradas en la construcción de aeródromos sin aviones por toda la geografía nacional.


La lista de los aeropuertos fantasma incluye, además del de Castellón, los de Ciudad Real, Lérida, Huesca, Albacete, Badajoz y Córdoba. En ninguno de ellos hay rastro de aviones ni de pasajeros. La mayoría permanecen abiertos sin vuelos regulares o con menos de una conexión al día. Un tercio de los aeropuertos españoles corre el riesgo de quedar sin vuelos ante la escasez de demanda.


En Castellón, Ripollés dijo haberse inspirado para la creación de la escultura en el entonces presidente de la Diputación Carlos Fabra, padre de la diputada del PP Andrea Fabra, de actualidad por su exabrupto en el Congreso. Fue este político del PP quien inauguró en marzo la apertura del aeropuerto, con un coste de 150 millones de euros y que sigue aún esperando los permisos de Navegación Aérea.


Fabra pidió, sin éxito, que el aeródromo, cuya construcción se autorizó en la época de Francisco Álvarez-Cascos en Fomento, fuera declarado de interés general, para así recibir financiación del Estado, pretensión que fue rechazada por el Gobierno, con lo que la Generalitat Valenciana se vio obligada a asumir la creación de la sociedad pública Aerocas, que actualmente acumula una deuda de 100 millones euros y otros 25 millones de pérdidas, sin haber despegado o aterrizado un solo avión.


El caso del aeródromo de Ciudad Real no es menos dramático. Pensado para descongestionar el de Madrid, tuvo que cerrar por la escasez del número de viajeros, lo que llevó a la huida de las compañías que operaban allí. La última en descolgarse fue la «low cost» Vueling, que alegó «baja rentabilidad del aeropuerto».


Este aeropuerto, que posee una de las pistas más largas de Europa, contó con una inversión de 500 millones, y un 40 por ciento de ese capital lo aportó Caja Castilla La Mancha, que terminó siendo intervenida por el Estado.


Otro caso paradigmático es el de Lérida, cuya construcción costó 95 millones. Los desplantes de las compañías debido a la baja demanda y a la falta de subvenciones de la Generalitat llevaron a su cierre. En su primer año de operaciones acogió a 61.769 pasajeros, lo que a la Generalitat le supuso un gasto de 31,45 euros por viajero.


El aeropuerto de Huesca, acabado hace dos años, no ve un vuelo comercial desde hace seis meses. Algo similar sucede en los de Albacete, Badajoz o Córdoba, que tampoco registran vuelos regulares. El aeródromo extremeño se vio obligado a echar el cierre cuando la compañía Air Nostrum, que pertenece a Iberia, decidió abandonar sus enlaces «debido a una fuerte caída de las reservas» por la «crisis económica».


Paradójicamente, a pesar de la total carencia de vuelos en los últimos aeropuertos citados y el fracaso comprobado de los tres primeros, Castellón, Ciudad Real y Lérida, el anterior secretario de Estado de Transportes, Isaías Táboas, afirmaba el año pasado que en España «faltan aeropuertos», e insistía en destacar la falta de infraestructuras gestionadas «por actores locales, que no todo sea sufragado por Aena y las aerolíneas».


El escándalo de los aeropuertos sin aviones tuvo un gran eco en la prensa internacional, que criticó con dureza estos ejemplos de derroche. «The New York Times» dio cuenta esta semana de la rocambolesca inauguración de la escultura de Ripollés en el de Castellón. El diario tachó el evento como «símbolo de la ruina y despilfarro» de España, y destacó que «solamente una quinta parte de los aeropuertos españoles tuvo beneficios el año pasado».

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