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viernes, 18 de enero de 2013


Según Eurostat, el número de desempleados en España supera ya los seis millones. Y la Encuesta de Población Activa correspondiente al año 2012 lo certificará la semana que viene. Con una tasa de paro superior al 26%, por encima del 50% en el caso de los jóvenes, y creciendo ambas, ya podemos certificar que España ha pasado a otra dimensión. A la de una sociedad no laboral.
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“Si la era industrial acabó con la esclavitud, la era de la información acabará con el empleo masivo”. Y no es algo nuevo: “El mundo idílico de la sociedad del pleno empleo se vino abajo con la crisis del petróleo. El número y la tasa de parados crece desde los setenta de manera continua al mismo tiempo que disminuye el volumen laboral per cápita de la población”. “Hay dos maneras de acabar con el paro: crear puestos de trabajo o abrir las puertas correderas de la sociedad” para excluir a los que sobran no contándolos, simplemente, porque “en Europa se dice que se lucha contra el paro, pero en realidad se lucha contra los parados. Por eso se falsean las estadísticas y se convierte a los desempleados en buscadores de trabajo”. En Estados Unidos son más finos y, junto a la tasa de paro, se publica una tasa de subempleo formada por las personas que, queriendo trabajar a tiempo completo, no tienen más remedio que hacerlo a tiempo parcial.

Éstas son los planteamientos que ya formulaba Ulrich Beck a principios de la pasada década en “Un nuevo mundo feliz: la precariedad del trabajo en la era de la globalización”.

No es el único sociólogo que firma el acta de defunción de la promesa del pleno empleo. También lo ha hecho, por ejemplo, André Gorz, que dice: “Ni siquiera otra etapa de ‘turbo-crecimiento’ podría resucitar a la sociedad del pleno empleo de antaño”, por lo que “estamos dejando atrás la sociedad laboral sin buscar otra nueva”.

Según Eurostat, el número de desempleados en España supera ya los seis millones. Y la Encuesta de Población Activa correspondiente al año 2012 lo certificará la semana que viene. Con una tasa de paro superior al 26%, por encima del 50% en el caso de los jóvenes, y creciendo ambas, ya podemos certificar que España ha pasado a otra dimensión. A la de una sociedad no laboral. A un complejo conglomerado social que multiplica las desigualdades clásicas entre los propietarios de los medios de producción y los trabajadores. Dentro de estos últimos, ahora hay que distinguir a los desempleados y los empleados. Entre los primeros, a quienes conservan posibilidades y esperanza de encontrar un trabajo nuevo y quienes se quedarán en la cuneta para siempre. Entre los segundos, a los que aún conservan un trabajo a la antigua usanza, pero acabarán perdiéndolo, y quienes malviven, como en América Latina, donde ya hay pleno empleo, pero precario.

Por eso Beck habla de “brasileñización” del norte. Por eso dice que para ver su futuro, los países de Occidente sólo tienen que echar un vistazo a los del sur.

En definitiva, no hay mejora posible. El mercado de trabajo ha empeorado y no mejorará. Hay que acostumbrarse. O no.

17/01/2013 – 11:23 h.
“Si la era industrial acabó con la esclavitud, la era de la información acabará con el empleo masivo”. Y no es algo nuevo: “El mundo idílico de la sociedad del pleno empleo se vino abajo con la crisis del petróleo. El número y la tasa de parados crece desde los setenta de manera continua al mismo tiempo que disminuye el volumen laboral per cápita de la población”. “Hay dos maneras de acabar con el paro: crear puestos de trabajo o abrir las puertas correderas de la sociedad” para excluir a los que sobran no contándolos, simplemente, porque “en Europa se dice que se lucha contra el paro, pero en realidad se lucha contra los parados. Por eso se falsean las estadísticas y se convierte a los desempleados en buscadores de trabajo”. En Estados Unidos son más finos y, junto a la tasa de paro, se publica una tasa de subempleo formada por las personas que, queriendo trabajar a tiempo completo, no tienen más remedio que hacerlo a tiempo parcial.

Éstas son los planteamientos que ya formulaba Ulrich Beck a principios de la pasada década en “Un nuevo mundo feliz: la precariedad del trabajo en la era de la globalización”.
No es el único sociólogo que firma el acta de defunción de la promesa del pleno empleo. También lo ha hecho, por ejemplo, André Gorz, que dice: “Ni siquiera otra etapa de ‘turbo-crecimiento’ podría resucitar a la sociedad del pleno empleo de antaño”, por lo que “estamos dejando atrás la sociedad laboral sin buscar otra nueva”.

Según Eurostat, el número de desempleados en España supera ya los seis millones. Y la Encuesta de Población Activa correspondiente al año 2012 lo certificará la semana que viene. Con una tasa de paro superior al 26%, por encima del 50% en el caso de los jóvenes, y creciendo ambas, ya podemos certificar que España ha pasado a otra dimensión. A la de una sociedad no laboral. A un complejo conglomerado social que multiplica las desigualdades clásicas entre los propietarios de los medios de producción y los trabajadores. Dentro de estos últimos, ahora hay que distinguir a los desempleados y los empleados. Entre los primeros, a quienes conservan posibilidades y esperanza de encontrar un trabajo nuevo y quienes se quedarán en la cuneta para siempre. Entre los segundos, a los que aún conservan un trabajo a la antigua usanza, pero acabarán perdiéndolo, y quienes malviven, como en América Latina, donde ya hay pleno empleo, pero precario.

Por eso Beck habla de “brasileñización” del norte. Por eso dice que para ver su futuro, los países de Occidente sólo tienen que echar un vistazo a los del sur.
En definitiva, no hay mejora posible. El mercado de trabajo ha empeorado y no mejorará. Hay que acostumbrarse. O no.

El flagrante aumento del paro responde a la propia lógica del capitalismo. Pero no crece sólo por los avances tecnológicos que hacen innecesarios a cada vez más trabajadores. El sistema siempre ha necesitado desempleados, un ejército de trabajadores en la reserva que garantice unos salarios lo suficientemente bajos para asegurar unos beneficios lo suficientemente altos para el insaciable capital. Pero, además de por razones estructurales, el desempleo también aumenta por los errores en que incurren los gestores, los que se llevan los bonus cuando cumplen objetivos, pero no asumen la responsabilidad ni sufren el castigo pertinente cuando se equivocan de estrategia y, con ello, se llevan por delante a la tropa que tienen como subordinada.
La lógica del capitalismo, sus contradicciones, el desequilibrio entre ganadores y perdedores está llegando a tal extremo que, lo hemos dicho más de una vez, el desenlace de toda esta historia será muy violento. Como la caída del Imperio Romano, como la Revolución Francesa, como la Revolución Rusa, como la Segunda Guerra Mundial. Desafortunadamente, el paso de uno a otro mundo nunca ha sido pacífico. Y ahora también estamos caminando hacia un universo completamente nuevo. Esta transición no será diferente a otras. Si definitivamente ganan quienes ya han vencido en varios asaltos, la violencia será simbólica, menos apreciable, pero no por ello menos brutal: la estamos viviendo ya, ahora. Si por sorpresa lo hacen los otros, sí será física, porque de lo único de lo que disponen es de sus manos.
En los últimos días hemos asistido a la representación de una confrontación de quienes están predestinados a entrar de nuevo en guerra. En el hotel Ritz se reunían empresas y grandes inversores. Estaban cenando y bromeaban sobre lo que ocurría fuera: unos manifestantes gritaban y denunciaban los abusos. La falta de sensibilidad y de atención de los primeros respecto a lo que piensan y sienten los segundos es el mayor indicio del desastre inminente.

Beck en su libro habla de posiciones apocalípticas como ésta. Y se pregunta cómo será posible la democracia, la libertad y la seguridad social en la sociedad posterior al trabajo. Porque, hasta el momento, el ciudadano no se concibe sino como trabajador que obtiene su derecho a la libertad con el salario que obtiene. Sólo quien tiene trabajo y una casa y, por tanto, el futuro material garantizado es un ciudadano capaz de “disfrutar” la democracia. Sin seguridad material no existe la libertad política, sólo una situación de riesgo, inseguridad y amenaza. Primero, está claro, para las víctimas. Pero, después, seguro, también los que cenaban esta semana en el Ritz. Deberían saber que la sociedad del trabajo es la sociedad de ese orden que tanto les beneficia. Que sepan que la alternativa será mucho peor para ellos.
Pero, en realidad, aunque Beck dibuja un panorama tan aciago, es optimista y da alternativas. “Si el capitalismo tecnológicamente avanzado disminuye el volumen de trabajo a tiempo completo, bien pagado y seguro, las sociedades de la segunda modernidad deben buscar otras vías de desarrollo. O se llega al paro masivo o, si no, hay que atreverse a salir de la sociedad laboral convencional para redefinir el trabajo y el empleo y abrir nuevos caminos para un reordenamiento no sólo de la organización social y empresarial del trabajo, sino también de la sociedad, sus valores, objetivos y biografías”. Hay, pues, remedio. Aún podemos esquivar este desastre. Pero lo contaremos otro día. Sólo avanzamos su nombre: trabajo cívico.
Cristina Vallejo Redactora de Inversión
Finanzas.com

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