Una vez más este año, el jefe de los social-demócratas Sigmar Gabriel se unió a los sindicatos para exigir una subida de impuestos a los más ricos con el fin de repartir el peso de la crisis de un modo más equitativo. En su opinión, se trata de “patriotismo social”. Al otro lado del espectro político y acusándoles de volver a recurrir a la vieja cantinela del socialismo, los cristiano-demócratas y los liberales se apresuraron a defender sus posiciones para proteger a las categorías más adineradas.
El debate parece convertirse así en el pesado enfrentamiento electoral de siempre. Pero esta impresión es errónea. Las disparidades en el reparto de los ingresos y las riquezas, unas diferencias que se acentúan desde hace años, hace tiempo que ya no son una simple cuestión de igualdad. Porque en realidad, estas disparidades son una de las principales causas de la crisis actual.
Con una riqueza cada vez mayor que se concentra en las manos de una pequeña minoría, una proporción cada vez más importante de los ingresos nacionales alimenta la demanda de inversiones financieras y no de bienes y servicios.

Financiar proyectos aberrantes

La población adinerada de Europa invierte su dinero en obligaciones de bancos, de sociedades inmobiliarias y de Estados, que se emiten en Irlanda, Portugal, Grecia y España y que van acompañadas de jugosos tipos de interés. De este modo, esta parte de la población ha financiado malas inversiones gigantescas, como la construcción de viviendas y de autopistas que están vacías, proyectos de infraestructuras aberrantes, que estos países jamás podrían haber llevado a cabo por sí solos.
Los préstamos puente de los fondos de rescate de la eurozona sirven fundamentalmente para ayudar a estos Estados y sus bancos a mantener su solvencia para poder pagar sus deudas a los malos inversores. No son los alemanes (ni los holandeses, ni los finlandeses, etc.) los que salvan a los griegos, los irlandeses o los españoles, sino que los contribuyentes de las clases medias europeas son los que salvan el patrimonio de los ricos de Europa.
Por lo demás, estos últimos apenas contribuyen a la financiación de los presupuestos nacionales. Es cierto que los países de la eurozona han creado una unión monetaria, pero nunca han planteado una política fiscal común. En lugar de ello, emprenden una carrera en la bajada de impuestos para atraer capital. El resultado es que los impuestos sobre los ingresos del capital descienden a su nivel más bajo, mientras que a escala europea, las fortunas particulares han aumentado para llegar a niveles equivalentes a dos e incluso tres veces los de las deudas nacionales.

Luchar contra las deficiencias

Por consiguiente, exigimos a los más ricos que contribuyan a pagar el precio de esas malas inversiones. Pero esta cuestión es demasiado importante para que se trate en el contexto de una campaña electoral nacional. Es necesario exigir que cambie la política de "rescate" actual, que no es la correcta.
Hasta ahora, los agentes de cobro de la UE tan sólo exigen a los países en crisis una reducción de las prestaciones sociales y una subida de impuestos a costa de las clases medias. Durante este tiempo, los armadores griegos, los magnates irlandeses del sector inmobiliario y las grandes fortunas españolas apenas pagan impuestos y se llevan su dinero a paraísos fiscales.
La prioridad de los que quieren salvar el euro debería ser luchar contra estas deficiencias. Y de este modo, los representantes de la impopular troika europea se podrían convertir contra todo pronóstico en héroes.