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miércoles, 31 de octubre de 2012


Antonio Meño fallece tras pasar 23 años en coma vegetativo por una negligencia médica

  • Quedó en coma en julio de 1989, con 21 años, por un error en la rinoplastia practicada en la Clínica Nuestra Señora de América.
  • Sus padres denunciaron al centro y fueron condenados a pagar 400.000 euros. Acamparon durante 522 días frente al Ministerio de Justicia.
  • Tras dos décadas de batallas legales, obtuvieron una indemnización de 1 millón de euros, pero pensaron que habían "vendido" a su hijo.
Según confirmó a 20minutos.es la abogada Julia Puche, fue Juana Ortega, su propia madre, la que notificó su fallecimiento al despacho de Luis Bertelli, el jurista que llevó la recta final del caso y que concluyó, tras 22 años de batalla judicial, con una indemnización de más de un millón de euros.
Esta resolución, según explicó la madre de Antonio en conversación con este digital, que no resarce a la familia y mucho menos hace justicia a su hijo: "Tienen que admitir que le mataron".

La operación

El caso de este estudiante de Derecho se convirtió en un referente en la lucha contra las "injusticias" judiciales y en un ejemplo de dignidad personal.
Mi hijo entró sano y salió en estado vegetalAntonio entró a quirófano el 3 de julio de 1989 para hacerse unarinoplastia. El descontento con su aspecto físico pudo con su temor  a las operaciones, por lo que se puso en manos de los especialistas de la Clínica Nuestra Señora de América. El cirujano plástico Miguel Ballester realizaría la operación. Francisco González Martín-Moré le asistiría en la anestesia del paciente. Pero algo salió mal.
Los médicos explicaron a sus padres que se habían dado "complicaciones" durante el proceso. El eufemismo significaba que, según su versión, Antonio había vomitado de manera espontánea durante el proceso. Ello, aseguraron, le impidió respirar e hizo que su cerebro permaneciese sin oxígeno durante un tiempo indeterminado. Cuando el responsable de la operación se dio cuenta, era demasiado tarde. "Mi hijo entró sano y salió en estado vegetal", repetiría Juana Ortega después en innumerables ocasiones.

Del juzgado al campamento en la calle

Las explicaciones no convencieron a la familia. Tras consultar con abogados, los Meño iniciaron una batalla judicial cuyas consecuencias no imaginaron. Cuatro años después de la operación (1993), todo parecía ir bien. El juzgado de Instrucción número 19 de Madrid les reconocía una indemnización de 172 millones de pesetas.
El anestesista atendía varias operaciones al mismo tiempoEl anestesista, que confesó haber salido del quirófano porqueatendía dos operaciones al mismo tiempo, era condenado por quitar el tubo de respiración pese a que Antonio no se había recuperado de la anestesia general. El vómito le obstruyó las vías respiratorias y, como estaba inconsciente, se quedó sin oxígeno.
El condenado, sin embargo, recurrió. Con ello arrancó el calvario legal y personal de los Meño, que empeñaron todos sus recursos y se negaron a darse por vencidos.
En el año 2000, once años después del día fatídico, el juzgado de Primera Instancia número 11 y la Audiencia de Madrid absolvían al anestesista. En 2008, el Tribunal Supremo rechazó las demandas de la familia y concluyó que no había existido negligencia. En 2009, la misma instancia les condenaba apagar 400.000 euros en costas por todo el proceso. Su casa de Móstoles les fue embargada —aunque su abogado logró para el desahucio— y ellos se lanzaron a la calle.
Ninguna autoridad pública se interesó por el caso Meño mientras la familiaba estuvo en la calleJuana y su marido Antonio se instalaron con su hijo, postrado en cama, en un cobertizo que ellos mismos levantaron en la plaza de Jacinto de Benavente de Madrid, una de las más transitadas y donde se encuentra la sede del Ministerio de Justicia. Allí, los carteles de denuncia que pintaron a mano se mezclaban con las casetas de feria, puestos navideños y chiringuitos medievales que autorizaba el Ayuntamiento.
A los pocos días ya se habían convertido en parte del paisaje habitual del barrio. Calor, frío, viento, ruidos, borrachos y hasta la Policía, que de tarde en tarde amenazaba con echarles si no ocultaban sus pancartas, compusieron se día a día. En paralelo, Juana seguía lavando a Antonio cada día para evitar que su piel padeciese llagas e infecciones por permanecer postrado en la cama. Ninguna autoridad regional ni del Estado se interesó por su caso, a pesar de que la puerta del Ministerio y la sede de la Comunidad de Madrid se encontraba a pocos metros de su campamento.

Aparece el testigo clave

Antonio y Juana no dejaban de darle vueltas al caso. Entre 2009 y 2010 contactaron con el abogado Luis Bertelli. Alguien les dijo que estaba especializado en casos imposibles, en "sentencias injustas" y casos flagrantes. En Málaga no había tenido reparos en litigar contra los propios jueces. "Estaba desesperada. No dijo que si nosotros no nos encargábamos, nadie les ayudaría. Y les hicimos caso", explica a 20minutos.es la abogada Julia Puche, del mismo despacho.
El doctor Frade, que estaba en aquel quirófano, se ofreció a declararLos esfuerzos de Bertelli se centraron en conseguir por todos los medios que la condena a costas de 400.000 euros dejase de pesar sobre los Meño declarándola nula. Presentaron una querella contra los jueces de 80 páginas. Sin embargo, el factor que daría la vuelta por completo a la situación vino de fuera.
La suerte (o la conciencia) hizo que el doctor José Ignacio Fradepasase por Jacinto Benavente una noche de febrero de 2010. El médico, especialista plástico, aseguró que había estado en el quirófano donde se operó su hijo 21 años atrás y le preguntó cómo habían llegado a quedarse en la calle. Sin dudarlo, le prometió que declararía a su favor. Lo que contó el anestesista y los jueces habían dado por válido, no era la verdad.
El abogado de los Meño consiguió que el Supremo accediese a revisar el caso. La familia, tras 522 días acampada, dejó la calle y regresó a su casa. Frade declaró ante los magistrados que Antonio Meño no se había ahogado al sacarle el tubo de respiración. Aseguró, al contrario, que este se desconectó de la máquina de asistencia y que el anestesista no estaba allí para comprobar que todo iba bien. Cuando el cirujano —ya fallecido— se dio cuenta, Antonio ya había sufrido un daño cerebral irreversible.

La última pelea

El Supremo anuló todas las sentencias anteriores, la pena de costas de 400.000 euros y el embargo de la casa familiar. La Sala de lo Civil estableció que el personal sanitario que estaba el 3 de julio de 1989 en el quirófano de la Clínica Nuestra Señora de América cometió un "fraude  procesal-maquinación fraudulenta" para ocultar lo que realmente pasó. Los padres de Antonio no dejaron de llevarle al Tribunal en camilla. "Lo hacíamos por él. Tenían que verle", explica su madre.
"Siento que he vendido a mi hijo", declaró su madre al recibir la indemnizaciónDespués de 22 años y dos décadas de castigo físico y psicológico, la Justicia por fin les daba la razón. Luego llegó la negociación "humillante" con las aseguradoras de la clínica, que se negaron a pagar la indemnización de 1,6 millones de euros que reclamaban. Esta cantidad se correspondía con los 172 millones de pesetas establecidos por el juzgado de Instrucción en 1993 más los intereses después de dos décadas.
El 14 de julio de 2011, agotados, Antonio y Juana aceptaban la cantidad de 1.075.000 euros, prácticamente lo mismo que pedían en 1993. "Siento que he vendido a mi hijo, me siento humillada, pero no puedo más", declaraba la madre. Su abogado declaró que con ese dinero lograban tranquilidad para la familia, pero no una conciencia limpia. Este martes, 48 horas después de morir su hijo, la familia sigue reclamando que el anestesista responsable de la negligencia que mató a su hijo le pida perdón: "Mintió y provocó esto. Tiene que decirlo".
Hoy, nada se sabe de este profesional médico. A preguntas de 20minutos.es, la clínica donde ocurrió todo se niega a hacer declaraciones. El doctor Frade sigue ejerciendo de forma privada como cirujano plástico y rechaza el contacto con los medios de comunicación. Antonio y Juana ya no tienen a su hijo, pero ahora dedicarán su tiempo a ellos mismo y a sus nietos.

2 comentarios:

  1. Viví un caso semejante. El anestesista iba de un quirófano a otro. De eso hace más de 30 años. En esa época los anestesistas no tenían que ser médicos (era una especialidad de ATS) y el responsable era el cirujano. Se desconectó el tubo del respirador. Las alarmas no eran como las actuales y el respirador siguió funcionando sin llegarle oxígeno a la paciente. Quedó en coma. Se responsabilizó al cirujano. El cual cayó en un estado de gran depresión y ansiedad.
    A la semana fallecía la paciente. Y como algo inexplicable, el cirujano fallecía seis horas más tarde en la misma cama de UCI, de un infarto y sin saber que la paciente había fallecido.

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  2. Muchas gracias Daniel por tu aportación, tremendo relato el que aquí comentas.
    Bien es cierto, que el caso que acapara aquí es la responsabilidad del anestesista y el fallo garrafal de la justicia, al condenar al pago de costas procesales a los demandamentes es decir, a los padres de Meño. NO me cabe duda, que el testigo, se conmovió ante semejante injusticia y es agradecido hubiera ayudado a esa familia, por sus remordimientos al no aportar lo que sabía.
    Ahora una vez fallecido Meño, haberse truncado su vida por causas de una negligencia médica, es bueno saber que al fin.. su hijo al menos vio resarcido pecuniariamente el daño que tuvieron sus padres - daño moral y psicológico-, pero esa cantidad de dinero NUNCA JAMÁS PALIARÁ EL SUFRIMIENTO Y LA PÉRDIDA DE ESE HIJO.

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