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domingo, 31 de marzo de 2013



RUSIA | Los tiempos están cambiando

Los ricos que no amaban al Kremlin

Alexander Litvinenko y Boris Berezovski.| Afp
Alexander Litvinenko y Boris Berezovski.| Afp

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Hace años, un oligarca ruso curtido en mil batallas confesaba: "Nosotros tenemos dientes alrededor del cuello, nos mordemos los unos a los otros y hay que estar alerta siempre". La única salvedad en la ferocidad de esa jauría la suele constituir el presidente ruso, Vladimir Putin, según admitía el financiero. Ir contra él puede significar quedarte sin amigos, sin dinero, exiliado o incluso muerto. Esa certeza no impidió a algunos intentar derribarlo.
El fallecimiento de Boris Berezovski hace una semana en su casa de las afueras de Londres tiene todavía muchos interrogantes. Pero tanto en la capital británica como en Moscú coinciden en que su desaparición marca el fin de una época que empezó en los 90, cuando poderosos millonarios recibían el saludo militar del soldado que hay tras la garita del Kremlin cada mañana al entrar y después al salir. La URSS se había derrumbado y Rusia ponía en manos de sus súbditos toda la maquinaria empresarial del Estado, que quedaba concentrada en unas pocas manos. En ese río revuelto, huérfano de ideología y líneas rojas, aparecieron dioses surgidos de la nada. Berezovski es estos días el más recordado, pero no es el único.
Roman Abramovich, dueño del Chelsea, encarna al grupo de poderosos que han sabido conducir su ambición por los desfiladeros de los negociossin colisionar con el omnímodo poder del Kremlin. El magnate de la energía Mijail Jodorkovski es todo lo contrario: desde 2003 cumple condena en Rusia por varios delitos financieros, pero Amnistía Internacional lo considera un preso de conciencia. Lo cierto es que pasó de ser el hombre más rico de Rusia a ser el preso más famosodespués de haberse posicionado políticamente contra la "democracia gestionada" que impera en Rusia.
Otro caso cada día más grave lo protagoniza el combativo Alexander Lebedev, dueño de medios de comunicación como el británico 'The Independent' y el ruso 'Novaya Gazeta': actualmente está en Rusia sin poder salir del país pendiente de un juicio por una agresión a un tertuliano en televisión por la que le pueden caer cinco años.
La vida de los hombres con dinero y ambición nunca fue tranquila en Rusia, sobre todo con la llegada de Vladimir Putin al poder en 2000. Entonces quedó claro que Moscú no podía tener tantos amos. Así comenzaron las guerras y las amenazas. Y el exilio para los que viesen su fortuna y su libertad amenazadas por haber ido demasiado lejos en cuanto a ambiciones políticas. Con esos golpes de mando se labró Putin su fama de presidente que está con el pueblo.
En Londres los oligarcas y opositores rusos creían haber encontrado un lugar tranquilo lejos de las venganzas de Moscú. Pero las muertes acaecidas en la última década demuestran que no es así. El caso más conocido es el de Alexander Litvinenko, un antiguo agente de la KGB prefirió la sombra que daban los millonarios al cobijo del Estado ruso. Craso error, tuvo que refugiarse en el Reino Unido tras convertirse enuna de las voces más críticas con el Kremlin. Lo mataron poniendo polonio en su té. Ocurrió en un hotel en 2006, y desde entonces su familia ha acusado al Gobierno ruso de estar detrás de su muerte. Andrei Lougovoi, el principal sospechoso para las autoridades británicas, también es ex agente de la KGB pero está bien protegido con un acta de diputado de la Duma, el parlamento ruso.

Dos hombres con el mismo destino

La manera en que Litvinenko murió, agonizando durante tres semanas, hace pensar a muchos que su muerte a cámara lenta fue precisamente un mensaje para los tentados con la idea de derribar a Putin desde el extranjero. Y muy en concreto un 'recado' para Berezovski, cuyo nombre está relacionado con el de Litvinenko desde 1998. En ese año Litvinenko todavía era agente del FSB (heredero del KGB y dirigido entonces por Vladimir Putin) y desveló que meses atrás había recibido la orden de asesinar a Berezovski. El destino de ambos hombres quedó sellado.
"Creo que el de Litvinenko fue un asesinato que salió mal, un encargo ordenado y ejecutado por las instancias más altas del Estado ruso, seguramente el Kremlin, por un motivo muy elemental dentro de las normas de la KGB: la muerte es el castigo a los traidores". Quien así habla es el periodista británico Luke Harding, uno de los mejores conocedores de la guerra callada que Moscú libra desde hace años contra sus validos desleales. Autor del libro 'Mafia State', no se le ha vuelto a permitir la entrada en el país a causa de sus investigaciones. "El plan era matar a Litvinenko sin que se pudiese establecer una causa de la muerte, pero los supuestos asesinos, Lugovoi y su cómplice Dimitri Kovtun, dejaron un rastro de polonio radioactivo tremendo", relata a ELMUNDO.es desde Londres, donde investiga la muerte del último oligarca.
"Berezovski era el peor enemigo de Putin, durante décadas peleó contra él, protegido por la ley británica", insiste Harding. Otro investigador, Edward Lucas, que conocía en persona a Berezovski, cree que actualmente era mayor la leyenda de su poder que la amenaza real que pudiese suponer. Y el Kremlin lo sabía.
"Boris era muy bueno haciéndose el importante, pero como político no tenía las mismas habilidades", explica Lucas, autor de 'La nueva guerra fría', un ensayo sobre los peligros que supone Rusia en la época actual.

El enemigo público

Tanto Lucas como Harding coinciden en que Berezovski tenía un papel destacado como "enemigo oficial de Rusia", igual que Trostki fue el villano oficial de los soviéticos en los primeros años de la URSS. Esto es algo fácil de entender en un país donde el 77% ve las grandes fortunas como algo embarazoso.
Muerto Berezovski, ¿quién puede simbolizar el mal ahora? "Tal vez William Browder", aventura Harding. Su nombre ha aparecido estos días porque era el jefe para el que trabajaba Serguei Magnitski, el abogado fallecido en 2009 en prisión preventiva al que se juzga estos días por delito fiscal. Desde su propia empresa, Hermitage Capital, ambos denunciaron las corruptelas de la hacienda Rusa. Magnitski lo pagó con la cárcel y, por último, con la muerte. Browder, de nacionalidad británica, será ahora juzgado 'in absentia' en dos procesos separados por corrupción que hacen poco recomendable que pise Rusia si no quiere acabar como su subordinado.
Yuri Felshtinsky, un empresario que conocía bien a Berezovski, cree que "él siempre supo que el Kremlin quería destruirlo".
Pero la nómina de los muertos en extrañas circunstancias es abultada. No se puede olvidar el caso de Bradi Patarkatsisvili, socio de Berezovski, que se desplomó en 2008 en Londres. Dicen que fue un ataque al corazón. Y Alexander Perepilichny, que falleció en noviembre del año pasado, justo cuando se había decidido a colaborar con unainvestigación suiza sobre funcionarios rusos corruptos y cuya muerte no ha sido aclarada.
Los tiempos en Rusia están cambiando. Los oligarcas siguen siendo denostados por la población, pero uno de ellos -Mijail Projorov- logró buenos resultados en Moscú en las presidenciales del año pasado. Y por primera vez existe una seria oposición al sistema político que no se lleva a cabo desde el interior de las limusinas que violan las normas de tráfico en Moscú. Hay disidencia en las calles: desorganizada, pero ruidosa y persistente. Y en Internet: incisiva y sin parar de multiplicarse. Alexei Navalny, un abogado y bloguero, es el ejemplo más destacado, y tal vez por eso se enfrenta la semana que viene a una causa por corrupción reabierta a toda prisa este año.
Los poderosos de Rusia, a un lado y a otro de la trinchera, observan cómo el Kremlin lidia con estos nuevos problemas. "No existen los oligarcas ajenos a la política. Para ser oligarca hay que estar relacionado con el poder político de una manera o de otra", dice Edward Lucas, que actualmente establece dos tipos: los que son poderosos gracias al Kremlin y los que lo son a pesar de él. Y la lista de la segunda categoría cada vez tiene más tachones.

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