El Estado nos roba para evitar que otros lo hagan. La oligarquía es eterna II.
En las fechas en que todo el mundo se escandaliza de que los dirigentes del
Partido Popular hayan podido estar años y años cobrando cantidades en “b”
gestionadas por su tesorero, y cuando la familia Puyol es acusada de utilizar
la Generalitat para crear una inmensa fortuna opaca al fisco, afirmo que la
corrupción personal de los oligarcas, con ser grave, no es el principal efecto
económico de este régimen de poder ni la causa de la actual crisis.
Ceguera y voluntarismo son dos términos que nos pueden ayudar a entender el
porqué.
La palabra “ciego” se aplica al mercado de forma peyorativa
porque no discrimina, esto es, el empresario vende sus productos al mismo
precio al magnate que a sus criados.
La oligarquía es todo lo contrario: redistribuye en función de objetivos
ideológicamente prefijados porque los políticos creen saber a quién es
necesario beneficiar y a quién no.
Esa supuesta clarividencia sobre lo que debe
corresponder a cada uno no es un tema secundario, sino el factor que explica
por qué la clase dirigente del Estado abandonó la política (actividad
reguladora de las relaciones amigo-enemigo y mando-obediencia), para
convertirse en padre, madre y patrón, sobre todo patrón.
Con independencia de que los científicos sociales
hayan estudiado las circunstancias históricas en que se produjo ese cambio, les
propongo mi hipótesis.
Todo hubo de empezar con un pregón voluntarista muy
similar a “si ya sabemos lo que hay que hacer, no podemos dejar de hacerlo”. Y
lo que realmente comenzó fue el fin del sistema de producción eficiente, aunque
ciego, basado en la competencia y los precios libres, que pasó a ser sustituido
por otro destinado a realizar la voluntad filantrópica de la oligarquía a toda
costa.
Al sistema de información universal y gratuito que los precios
libremente formados le proporcionan a cualquier agente económico respecto a lo
que debe hacer o producir, le suceden los Presupuestos Generales del Estado
inspirados en el talento, la perspicacia, el discernimiento de un ser ex-vivo
como Zapatero o de un Primer Ministro tan "sobre"-saliente como
Rajoy.
Desde ese momento la creación de riqueza para el
bienestar social pasa a ser competencia directa del Gobierno, de tal forma que
cuando éste declara que su objetivo es conseguir el pleno empleo no estamos ante
una mera formulación retórica sino ante su principal reto político, cueste lo
que cueste. ¡Qué contradicción cuando de economía se trata!
El Estado es el motor y el garante de la prosperidad
general, cifrándose la misma en la universalización de rentas cada vez más
igualitarias "a fin de equiparar el nivel de vida de todos los
españoles" (artículo 130.1 de la Constitución española).
Los efectos de la pretendida omnisciencia de la
clase política son "infiernos fiscales" so protexto de quitar al rico
para dar al pobre; precios intervenidos, subvenciones y "discriminaciones
positivas"; oligopolios, cuando no monopolios, sobre sectores estratégicos
y elefantiásico incremento de la función pública.
Todo ello sostenido por una creciente inflación hoy denominada
“burbuja”, pues las "burbujas" constituyen la política económica del
Estado oligárquico, del Estado caníbal, en tanto responsable de la supuesta
solvencia del régimen.
Aun así, los ciudadanos de buena fe que aplauden a su Gobierno
socialdemócrata, ora de derechas ora de izquierdas, mientras “no robe y cree
empleo” (programa económico de “máximos” que dirían los gurús electorales; de
máximos trileros, diremos nosotros), no caen en la cuenta que incluso si los políticos
no robasen, su bolsillo seguiría estando cada vez más escuálido, o lo que es
igual, cuando creen que no les sisan, lo hacen al cubo, progresando
adecuadamente año tras año gracias a la imparable confiscación de los ingresos,
la limitación de la oferta y los precios políticos.
¿Es entonces la corrupción personal de la
oligarquía política un problema económico?
Creo haber demostrado que no, o al menos no tanto como los
problemas generados por la destrucción de la competencia, el fin de los precios
libres y la requisa de patrimonios con la excusa de ¡asegurar nuestras rentas!
El mensaje
levemente subliminal de la oligarquía política es el siguiente: el Estado les
roba con la única finalidad de evitar que otros lo hagan.
¿Ante una
justificación de semejante cinismo les sigue indignando, queridos lectores, la
corrupción personal de la clase política? ¿Cabe esperar otra cosa?
Si de economía hablamos,
el amante de lo ajeno siempre fue un ser neutral, pues ni impide la
competencia, ni interfiere en la libre formación de los precios, ni se incauta
con progresividad de la riqueza de todos y cada uno de los ciudadanos para
distribuirlo como sólo el diablo sabe.
Al fin y a la postre el
caco de toda la vida es un tema de mera gestión securitaria cuando no
obstaculiza la libérrima concurrencia de todos los agentes en el mercado al
efecto de poder conocer qué debe ofertarse y qué no.
Lo insoportable no radica en el
ladrón clandestino ni en la corrupción personal de los dirigentes del Estado,
mero epifenómeno, sino en que éstos sugieran que el despojo generalizado en que
consiste la realización de su voluntad tiene como único objeto protegernos,
cuidarnos, salvarnos de los malos. Que para que no nos robe el pérfido mercado
con sus infinitos bandidos, la oligarquía lo destruye a cambio de que sea ella
quien nos expolie con formas democráticas, es decir, consentidas por lo que sea
eso de la "voluntad general".
El asunto así planteado busca
convertir el saqueo público en una noble industria eternamente legitimada, tan
eterna como la oligarquía que lo engendró.
twitter: @elunicparaiso
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