Preguntas a Peña Nieto
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Señor Peña Nieto, ¿está usted conforme con las sentencias del supremo Tribunal Electoral?
¿No hubiese usted preferido que los jueces hubieran mostrado una lealtad a la Verdad más irrecusable?: ¿que hubieran mandado investigar cada una de las impugnaciones de la izquierda contra la legitimidad de la elección, de forma que su veredicto fuese menos discutible?
Se sospecha, pero no se ha probado, contestó el Tribunal Electoral a cada impugnación de la elección. Al hacerlo así, el Tribunal Electoral ha puesto en duda su autonomía, pero ha comprobado su irrelevancia, más allá de lo ceremonial. Y le deja a usted un problema de credibilidad mayúsculo. Una montaña de dudas que deberá remontar de una u otra manera, o que acaso no podrá remontar. Una incredulidad generalizada que volverá dudosa ante los ciudadanos cada iniciativa que usted adelante a la Nación.
¿No hubiese usted preferido que el Tribunal admitiese, por lo menos, algún desbalance entre el tamaño de su publicidad televisiva y el de sus contendientes?
Al no hacerlo, nos deja a nosotros, los ciudadanos inermes, ante la descreencia. Mire usted, el país entero miró en los noticiarios televisivos de mayor audiencia, y luego repetida en los otros noticiarios de menor audiencia, su visita al Papa para saludarlo y presentarle a su prometida. ¿Cómo nos pide usted que entendamos esa noticia de su vida personal insertada entre las noticias de un tsunami en Oriente y la reunión de las cabezas de Estado de Europa? ¿Cómo nos sugiere que comprendamos la anomalía de un reporte de su vida personal insertado ahí?
¿O cómo debemos comprender la transmisión de un discurso suyo en Davos mientras otros gobernadores mexicanos asisten a Davos y hablan ahí públicamente sin que el dato aparezca en horario triple A? ¿O qué debemos entender sobre la transmisión del festival del Día del Padre en Toluca con usted en primer plano, y durante dos horas?
Verá usted, que el Tribunal Electoral haya dicho que carece de pruebas para señalar un desbalance entre su publicidad y la de sus contendientes, nos deja a usted, que será el Presidente de este país seis años, y a nosotros, que seremos ciudadanos mexicanos toda la vida, separados. Nos deja con una brecha en medio. Con un cisma.
Reconocemos que estarán en sus manos los instrumentos tremendos del Poder. Será usted Comandante en Jefe del Ejército Mexicano, por ejemplo. Estará a su disposición el presupuesto de miles de millones de pesos de nuestros impuestos. La Constitución le otorgará vetos y capacidades impresionantes: retirar y otorgar concesiones del uso del Bien Común: de nuestro aire, de nuestro mar, de nuestro cielo.
Ayúdenos en esto: ¿Dónde encontramos la fuente de la confianza en que usted dispondrá de nuestro Bien Común para nuestro beneficio, y no para el de usted, su equipo, su partido, sus socios, sus allegados?
La distancia entre un tirano y un Presidente demócrata se mide con dos medidas: la credibilidad y la confianza que los ciudadanos sienten en que la voluntad del jefe de gobierno abarca a todos y no trabaja únicamente para el privilegio de unos cuantos.
Elijo con cuidado la palabra “sienten”. Más allá del intelecto, importa el sentir de los ciudadanos. Porque el intelecto en este caso les dijo a una mayoría, a 31 millones de electores, que era otro u otra la persona indispensable a la cabeza del gobierno. De esos 31 millones muchos objetaban la biografía de su partido, el PRI, que en nuestra historia nacional fue el ejecutor de una tiranía. Una tiranía moderada, cierto, pero tiranía al fin, distintiva no por actos de violencia continuos, pero sí selectivos, y sobre todo por su corrupción universal, no de excepción: universal, que sembró el odio en nuestro país e impidió el progreso.
¿Cómo separarlo a usted de ese PRI corrupto? ¿Cómo suponerlo a usted con una mejor promesa que esa tiranía de los corruptos?
Durante la campaña, usted recogió abundantes muestras de la enorme desconfianza, e incluso rabia, de una mayoría de los electores hacia el partido del que usted emana, y del que surgirá la mayor parte de sus ministros. Reaccionando a ello ha propuesto tres iniciativas, con las que supongo busca disipar los malos presagios.
Una Comisión contra la Corrupción, para fiscalizar el uso de los recursos públicos que hagan los funcionarios de su gobierno. Ampliar las facultades del Instituto de Transparencia, para volverlas nacionales, y así extender su vigilancia a los gobiernos locales. Y, además, un instituto autónomo, ciudadano, que ordene y vigile el vínculo entre el Poder Político y los medios de comunicación.
¿Cuándo se propone poner a trabajar estas nuevas instituciones? ¿En dos meses, en un año, en cuatro? ¿Cómo, chapoteando en la corrupción, podrán delatar a la corrupción? ¿No aumenta usted la burocracia destinada a disfrazar el mal de la corrupción? ¿Es decir, no pone usted así más corrupción sobre la corrupción?
Durante la campaña se fotografió a la hija del líder del sindicato petrolero haciendo ostentación de una riqueza digna de la princesa de un emirato árabe. Ante la indignación de los mexicanos, usted dijo algo muy amable. “El líder cuenta con el respaldo de sus agremiados y por ello merece nuestro respeto”. Es decir, el respeto de usted, supongo, no el del resto de la población, que es una petición imposible, puesto que el respeto a la fuerza del más fuerte es la antípoda de la democracia y de la justicia.
Entonces bien, ¿su Comisión contra la Corrupción respetará al líder petrolero o investigará su riqueza, aun si cuenta con el respaldo de sus agremiados? ¿Investigará la evanescencia de 33 mil millones de pesos del erario de Coahuila o lo declarará asunto del pasado, aunque los coahuilenses seguirán pagando 22 años esa deuda? ¿Investigará las sospechas de tráfico de niñas que rodean al exgobernador de Puebla?
¿Contestará usted estas preguntas y otras que surgirán de seguro a lo largo de este interregno entre el gobierno panista y el suyo que se avecina? ¿O debemos decirle adiós a la conversación pública honesta y debemos volver al “respeto” a los más fuertes?
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