¿Cuáles son los principales obstáculos que dificultan el proceso de democratización en el mundo árabe?
En los países árabes los índices de democratización y libertades civiles han evolucionado desde siempre de manera distinta a la del resto del mundo. De hecho, algunos orientalistas argumentan que existe una predisposición cultural ininterrumpida e inmutable hacia el autoritarismo, la sumisión y el fatalismo en el mundo árabe. Pero, ¿qué hay realmente detrás de esta falta de democracia en el mundo árabe? ¿Se trata únicamente de una visión occidental? ¿Han servido las últimas revoluciones para ayudar en el proceso de democratización o existe algún factor que todavía lo impide?
Por qué no arraiga la democracia en el mundo árabe
Una de las explicaciones que se da comúnmente a la falta de democracia en el mundo árabe es el legado colonial, ya que se considera que cuanto más tiempo ha transcurrido desde la independencia de la colonia, hay más posibilidades de que el estado se convierta en democrático. Otra de las causas ampliamente reconocidas es la heterogeneidad étnica del país, ya que el proceso de democratización se hace más difícil en países que cuentan con una sociedad fragmentada, ya sea en el ámbito religioso o étnico.
La ola de democratización que surgió en los 80 después del colapso de la URSS tuvo un impacto bastante limitado en el mundo árabe. La clasificación de regímenes hecha por el politólogo polaco-americano Adam Przeworski, demuestra que los regímenes autoritarios árabes sobreviven en el poder durante más tiempo que en el resto de países. Como no existe una relación directa entre democracia y desarrollo, se podría deducir que esto se debe en cierta medida al petróleo y al sistema económico llevado a cabo por los estados rentistas, como es el caso de Arabia Saudí, aunque esta teoría no es suficiente para todos los caso porque no todos los estados tienen petróleo. En un estado como el saudí, donde los principales puestos del gobierno y la administración son ocupados por familiares o allegados a la familia real, la caída del régimen supondría la ruptura y desaparición total de los Saud. En cambio, en cualquier otro estado con una economía más diversificada, la transición de dictadura a democracia se podría llevar a cabo manteniendo elementos y personajes existentes en el antiguo régimen. Este miedo a la desaparición total y la dependencia del petróleo, hace que las dictaduras de estados rentistas como el saudí se aferren tanto al poder y sean las más autoritarias.
Las revueltas alrededor del mundo árabe hicieron que Occidente creara su propia visión del asunto. La primera hipótesis que surgió fue que se trataba de revoluciones populares. En segundo lugar, se supone que estas revoluciones tenían como objetivo común la creación de una sociedad democrática. Y, en tercer lugar, el tipo de sociedad democrática que pedían era similar a la democracia europea o norteamericana, es decir, un sistema constitucional de apoyo a los valores democráticos occidentales. Pero la narrativa occidental cambió bastante después de la victoria de los partidos islamistas en las primeras elecciones celebradas después de las revoluciones en Túnez, Egipto y Marruecos.
Victorias islamistas
El Islam y el islamismo político han asustado desde siempre a Occidente, ya en 1862 Ernest Renan lo describía de esta manera tan ilustrativa: “El Islam es la negación completa de Europa, el Islam es el fanatismo, el Islam es el desprecio por la ciencia, la supresión de la sociedad civil, es la simplicidad terrible de la mente semítica, el estrechamiento del cerebro humano, el cierre delicado a cualquier idea y a toda investigación racional.” Aunque con otras palabras, la actitud frente al Islam no ha cambiado demasiado en Occidente en los últimos tiempos, después de las victorias islamistas la mayoría de representaciones mediáticas occidentales han basado sus argumentos en el miedo a que estas corrientes no permitan la democratización en estos países. Para ellos, el Islam no es compatible con la democracia, parece que las sociedades árabes tengan que escoger entre Islam y democracia, entre Islam y derechos de la mujer… pero que todo a la vez no sea posible. Casos como el de Turquía o Indonesia, países de población mayoritariamente musulmana y mayoritariamente democráticos, demuestran que esta incompatibilidad no es del todo cierta.
Pero los islamistas no han ganado las elecciones en realidad. Sí que es cierto que han la mayoría de diputados elegidos por los tunecinos las primeras elecciones celebradas de manera transparente en algunos países como Túnez ha sido el partido islamista de Ennahda, pero la realidad es mucho más compleja y se necesita más tiempo para comprobar cuál será el resultado final de estos alzamientos populares. Sin duda, el asesinato del líder de izquierdas Choukri Belaïd ha sido determinante y ha marcado de tal modo a la sociedad tunecina que tendremos que esperar a ver si esto puede convertirse en el inicio de una segunda parte de la revolución.
No hay que olvidar que fueron los propios dictadores los que convirtieron a los islamistas en la oposición y la segunda alternativa. Puesto que fueron ilegalizados en la mayoría de regímenes autoritarios árabes, los islamistas han representado durante décadas el único movimiento de oposición que ha conseguido articularse y cultivar una base de apoyo social durante todas estas décadas. Al ocupar en muchos casos el vacío que el estado no ha sabido llenar y apoyar económicamente a las familas más pobres, resulta evidente que los partidos islamistas que ahora han sido legalizados hayan podido movilizar a toda aquella estrutura social que ya estaba articulada. El resto de fuerzas de la oposición durante las revueltas, sin embargo, han debido empezar de cero para poder encontrarse a sí mismos ideológicamente y buscar así su apoyo social. De hecho, los islamistas no fueron los primeros instigadores de las revueltas, sino que más bien se trató de un movimiento social en las áreas más pobres. En ese momento, el pueblo demostró ser más maduro que sus líderes políticos y confió en Ennahda para la elaboración de la nueva constitución. Pero el retraso en la redacción de este borrador, las declaraciones de Ghannouchi, sus ansias de poder y la disputa interna por un liderazgo que en realidad nunca ha tenido la oportunidad de ponerse a prueba, juegan muy en su contra.
A pesar de todas las suspicacias que despiertan las victorias islamistas, no hemos de olvidar que esto no tiene ninguna relación directa con la democracia, y que en muchas ocasiones la idea de si un país es democrático o no viene dada desde un punto de vista occidental basado en sus propios conceptos que no siempre se pueden aplicar al mundo islámico. De hecho, el propio Corán no determina en ningún momento una forma concreta de gobierno como la más adecuada, así que todos los modelos son en realidad compatibles con el Islam.
Democracia y Umma
El principal problema de la falta de democracia en los países árabes no es el Islam. Sino más bien el hecho de que existe una separación formal de los poderes, pero no una separación clara de sus funciones. Cuando el poder ejecutivo es a su misma vez el legislativo, esta separación no se produce y no se puede hablar de constitución. La esencia de la democracia es la garantía de derechos, por lo tanto, sin esta separación no hay democracia.
La explicación a todo esto la podemos encontrar en la historia si consideramos lo que ocurrió en el colonialismo desde un punto de vista constitucional. La idea de nación fue introducida por el poder colonial, pero no pertenece de ningún modo a la mentalidad de los países árabes. Mientras que el Imperio Otomano no cambió las estructuras sociales de estos países, Francia y otras potencias occidentales introdujeron la idea de nación que cambió completamente la estructura social y fue mantenida de manera artificial incluso después del proceso de independencia. Un ejemplo claro de esto sería la creación artificial de Libia. En cambio, el concepto de Umma sería más adecuado para este tipo de sociedades. Pero Umma entendido como una comunidad, un pueblo, donde quepan todos sin connotaciones religiosas. Dentro de esta umma hay relaciones de tribu, genéticas o de parentesco, pero en ningún momento se plantea la cuestión del constitucionalismo o el nacionalismo. La esencia de la democracia es precisamente esto, si se trata del gobierno del pueblo debería de incluir a todos los ciudadanos, independientemente de su credo o religión, o incluso de si son creyentes o no. Sin duda, esto supone un gran reto que va costar bastante de ser asimilado en los países árabes, pero que corresponde más a su realidad, una realidad en la que no solamente existen musulmanes, cristianos o judíos, pero que está unida por una misma lengua y tradición cultural.
Las revoluciones árabes solo han sido un primer paso en un largo camino que todavía queda por recorrer. La democracia no se consigue de un día para otro, tarda mucho tiempo en echar raíces, y tendremos que esperar algo más para recoger los frutos de todo este proceso. Pero sin duda, lo más importante es dejar que las cosas sigan su cauce natural y que sean los propios árabes los que decidan qué tipo de democracia es la que desean, siempre que se respete a las minorías y los derechos humanos, sin que nadie les juzgue por ello.
un interesante análisis, aunque el fundamentalismo, pienso, en tanto que totalitarismo es dificilmente compatible con un sistema democrático, y eso de dejar que sean los propios árabes quienes decidan es demasiado genérico y elástico, no?
ResponderEliminarsaludos blogueros, Gema
La democracia debe ser laica por definición. Lo que es incompatible es una estado de derecho fundamentado en el Islam (o en cualquier otra religión monoteísta y con vocación ecuménica). Si no se desliga el islam de la política será imposible avanzar en la democratización de los países musulmanes.
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