Revueltas en el mundo árabe
¿Al borde de la guerra civil?
Egipto, la revolución reprimida
Un seguidor de Mursi, en una protesta cerca de Ramses. | Reuters
Hace seis semanas, el primer presidente democráticamente elegido de Egipto, Mohamed Mursi, fue derrocado por el ejército después de que millones de egipcios salieron a las calles para exigir su destitución.
El 3 de julio, el ministro de Defensa, Abdel Fattah El Sissi (quien había sido nombrado por Mursi), anunció a los egipcios en una alocución televisada que los militares habían intervenido "en respuesta a la voluntad del pueblo" y "para ahorrar al país los estragos de una guerra civil". Prometió que el nuevo gobierno provisional aplicaría "una hoja de ruta política para una transición democrática integradora" y aseguró a la opinión pública que "el ejército no tendría ningún papel en la política".
La oposición de Mursi, integrada en su mayoría por izquierdistas, cristianos liberales y musulmanes moderados, celebró la caída del presidente islamista en medio de un frenesí eufórico, agitando banderas nacionales, animando y cantando "el pueblo y el ejército están del mismo lado".
Muchos mostraban la uve que simboliza la victoria y saludaban a los helicópteros militares que sobrevolaban la emblemática plaza de Tahrir, donde se habían celebrado manifestaciones de protesta contra Mursi durante tres días consecutivos. Mursi fue detenido y permaneció en régimen de incomunicación en un lugar no revelado, en lo que el gobierno provisional afirmaba que era "una medida necesaria para garantizar su seguridad".
Simpatizantes islamistas de Mursi, que entretanto habían organizado sus propias sentadas para expresar su solidaridad con el acosado presidente, condenaron la toma del poder por el ejército como "un golpe contra la legitimidad". Se comprometieron a continuar con sus protestas hasta que Mursi fuera restituido en su puesto e hicieron un llamamiento a "una 'yihad' para defender el islam y la legitimidad" y han cumplido sus amenazas.
Mes y medio después, miles de manifestantes pro-Mursi seguían acampados en dos escenarios de protesta en El Cairo, desafiando el sol abrasador y aumentando si cabe las temperaturas veraniegas. En las últimas semanas, han estallado asimismoviolentos enfrentamientos callejeros en El Cairo y otras provincias egipcias entre los dos opuestos bandos rivales, lo que ha llevado a muchos analistas a especular con que este país, profundamente polarizado, puede estar "al borde de una guerra civil".
El 24 de julio, tres semanas después de haber tomado el poder, el supremo jefe de los ejércitos de Egipto y, 'de facto', auténtico gobernante del país se dirigió de nuevo a la nación, esta vez solicitando que los "egipcios leales" le concedieran un mandato para hacer frente a lo que él denominó "terrorismo". Nuevamente se dio el caso de que un gran número de egipcios hizo explícita su adhesión al general del ejército al que muchos perciben como "un salvador" y a quien han encomendado "la salvaguarda de los objetivos de la revolución de enero de 2011".
El persistente vilipendio de Mursi en los medios egipcios de comunicación durante su único año de ejercicio del cargo y posteriormente la calificación de Mursi como un "traidor" después de haber sido acusado de "traición a la patria por conspirar con una potencia extranjera" han tenido un impacto muy importante en la opinión pública y en la forma en que la mayoría de los egipcios perciben el desarrollo de los acontecimientos.
La mayor parte de los egipcios se ha vuelto cada vez más intolerante con "el otro" y adopta una actitud intransigente de "estás con nosotros o estás contra nosotros".
En la cresta de la ola gracias a su reciente éxito en librar al país de un presidente de los represores Hermanos Musulmanes, que los laicistas temían que harían que el país perdiera su identidad como estado moderado y moderno, y envalentonado por el apoyoabrumador que ha recibido desde entonces de una opinión pública egipcia confiada, El Sissi dio el pasado miércoles instrucciones de aplicar brutales medidas de seguridad encaminadas a dispersar por la fuerza las dos sentadas de partidarios de Morsi en El Cairo.
El empleo desmedido de la fuerza y el consecuente derramamiento de sangre han constituido una llamada de atención que ha puesto a los egipcios sobre aviso de lo que algunos están empezando a considerar una conspiración contra ellos urdida por los generales que pretenden devolver el sistema a lo que era con anterioridad a enero de 2011.
El viernes (dos días después de la última matanza, en la que al menos 650 simpatizantes islamistas murieron y más de 3.000 resultaron heridos, según cifras oficiales dadas a conocer por el Ministerio de Sanidad de Egipto), muchos egipcios de tendencia liberal se sumaron a las manifestaciones de protesta convocadas por partidarios de los Hermanos Musulmanes en condena de la violencia del Estado.
Los recién 'conversos' han lamentado que en un lapso de tan sólo 30 días el régimen militar haya vuelto a imponer el estado de excepción que prohíbe las reuniones públicas y permite losarrestos arbitrarios y la detención de ciudadanos sin que medie acusación alguna, que se hayan vuelto a instalar los odiados servicios de seguridad del Estado y que se estén formandocomités de vigilancia de las actividades religiosas.
En un artículo publicado en el 'Huffington Post' esta semana, Shadi Hamid, director de investigación del Brookings Doha Center e investigador asociado del Saban Center for Middle East Policy, de la Brookings Institution, ha escrito que "ya no tiene mucho sentido decir que Egipto se encuentra en medio de una transición democrática".
"Incluso en el caso improbable de que la violencia política cese de un modo u otro, los cambios introducidos por el golpe militar del tres de julio y sus consecuencias serán extremadamente difíciles de revertir. Se ha consolidado el papel intervencionista del ejército en la política", ha subrayado.
En efecto, la promesa revolucionaria de Tahrir, libertad, democracia y estado de derecho, sigue siendo difícil de alcanzar en el Egipto de hoy como lo fue en los meses finales de Mubarak, cuando el país fue testigo de una brutalidad policial y de una farsa de elecciones parlamentarias que muchos egipcios creen que aceleraron su caída.
Con la reinstauración de la ley marcial y el toque de queda nocturno en vigor durante el mes que viene (tal vez incluso más), con la marginación de los islamistas del proceso político, que potencialmente podría llevar a una mayor radicalización de su parte, y con la represión violenta de las protestas islamistas, que los críticos advierten que sólo puede engendrar más violencia, se está volviendo rápidamente cada vez más claro que los generales en el poder no van en serio en lo que se refiere a la reforma política.
Si bien los dirigentes de los Hermanos Musulmanes se han negado a entablar un diálogo con los generales a menos que se restablezca a Mursi en su puesto, el gobierno provisional tampoco ha tomado medidas serias para reconciliarse con los islamistas. Por el contrario, los islamistas que estaban en el poder hasta hace unas pocas semanas ya han quedado marginados y han sido sistemáticamente perseguidos, en un intento de aplastarlos por completo, estiman los observadores.
En los últimos días, los partidarios de los islamistas han intensificado los ataques a comisarías de policía, iglesias y edificios públicos en todo el país, lo que alimenta entre los egipcios el temor de que la violencia pueda salirse completamente de madre.
Ante la falta de diálogo y de reconciliación y ante la exclusión de una parte considerable de la población, los nuevos gobernantes militares de Egipto están dejando a los Hermanos Musulmanes y a los demás grupos islamistas sin ninguna alternativa salvo la de recurrir a su militancia, lo que reduce, en consecuencia, las perspectivas del Estado civil y democrático al que los jóvenes revolucionarios de Tahrir aspiraron durante dos años y medio.
El país, sumido en la anarquía por el golpe de estado, está enriesgo de convertirse en un refugio de grupos extremistas islámicos y, quizás, incluso en un Estado fallido en el que los asesinatos, los saqueos y la ausencia de ley pueden llegar a estar a la orden del día.
Shahira Amin es periodista egipcia, premio Julio Anguita Parrado.
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