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sábado, 14 de diciembre de 2013

La ultraderecha avanza en Europa: el caso de Polonia


Un fantasma recorre Europa, el fantasma del neofascismo. El revuelo causado por la reciente reunión entre Geert Wilders y Marine Le Pen, que planean formar una coalición política de extrema derecha con la intención de participar en las elecciones europeas de 2014, es únicamente la última muestra de este fenómeno. Según una muy comentada encuesta llevada a cabo en Francia hace unas semanas, quizás ambos controvertidos líderes no estén tan desencaminados. Las altas tasas de desempleo, la caída del nivel de vida medio, una economía en grandes dificultades, y la creciente preocupación por la delincuencia, problemas frente a los que los partidos tradicionales parecen impotentes, han provocado un aumento en el apoyo a la extrema derecha que no se limita únicamente a Francia y los Países Bajos.
A finales de septiembre, el Partido de la Libertad de extrema derecha ganó en Austria más de un quinto de los votos en las elecciones generales, mientras que en Gran Bretaña, la visibilidad de partido de la independencia contra la UE también ha ido en aumento tras un sorprendente avance en las elecciones municipales de mayo. Otros ejemplos notables se dan en Hungría, Grecia, Finlandia y Bélgica, entre otros. Algunos expertos incluso han hablado de un retorno a la época anterior a la Segunda Guerra Mundial, aunque en este caso el nuevo chivo expiatorio sean los inmigrantes de orígenes varios (musulmanes, gitanos, sudamericanos…), y no la comunidad judía, tal y como ocurría en los años 30.
La preocupación en torno a este fenómeno también ha crecido en Polonia, a pesar de que el país sea uno de los que menos ha sufrido los efectos de la crisis económica. El pasado 11 de noviembre, decenas de miles de personas, convocadas por grupos de derecha ultra-nacionalistas sin representación parlamentaria, tomaron las calles de Varsovia para celebrar el día de la independencia del país. La manifestación fue disuelta después de que fueran registrados incidentes violentos que dejaron tras de sí siete policías heridos, decenas de detenidos y varios coches en llamas. Manifestantes encapuchados, en su mayoría sorprendentemente jóvenes, atacaron también un edificio ocupado por okupas de izquierda y prendieron fuego a un arco iris gigante que simbolizaba la comunidad gay. Los alborotadores izaron banderas nacionales y corearon consignas como “Dios, honor, país”, exigiendo a gritos la renuncia del gobierno del primer ministro Donald Tusk.
Marchas de independencia similares han tenido lugar cada año desde 1989, en honor del héroe nacional Jozef Pilsudski y conmemoración del día en que Polonia logró recuperar la condición de Estado en 1918, tras haber visto sus tierras divididas durante más de un siglo por Rusia, Prusia y Austria. Mientras que hace cinco años, el Día de la Independencia atrajo únicamente a unos pocos cientos de activistas vestidos con uniformes de las SS y llevando abiertamente símbolos fascistas, en los últimos años grupos conservadores supuestamente más moderados se han unido a las marchas, principalmente como efecto colateral de una campaña de medios conservadores y católicos (especialmente Radio Maryja), tratando de describir cualquier crítica de la marcha como un intento de reprimir la libertad de expresión. De hecho, el evento ha experimentado un alarmante crecimiento desde 2010, pasando de alrededor de 3.000 participantes, a unos 20.000 el año pasado.
Ya en 2010, varios activistas polacos hicieron sentir su descontento frente a las connotaciones nacionalistas exacerbadas que venía adoptando la marcha. El número de casos violentos también ha ido en aumento año tras año. Este año la concentración casualmente coincidió con la reunión de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Numerosos medios de comunicación presentes en Varsovia, poco impresionados por unas conversaciones sobre el clima cada vez más estancadas, no tardaron en transmitir imágenes de los violentos enfrentamientos entre los activistas de extrema derecha y la policía, consolidando así los temores de toda Europa de que la extrema derecha en Polonia está creciendo en fuerza e influencia.
Este año, sin embargo, y en un intento de evitar acusaciones de provocación y de distanciarse de lo que muchos ven como un acto exclusiva y exageradamente nacionalista, los principales partidos conservadores polacos (encabezados por el Partido Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczynski), aconsejaron a sus seguidores que marcharan en Cracovia y no en Varsovia, mientras que la presidencia polaca organizó una jornada nacional de marcha separada de la extrema derecha, y los anarquistas e izquierdistas que se habían enfrentado previamente con grupos nacionalistas decidieron trasladar su protesta al 9 de noviembre, aniversario de la Kristallnacht (noche de los cristales rotos). La extrema derecha se encontraba así sola en las calles .
Los dos principales grupos de extrema derecha polaca que convocaban las manifestaciones eran el Campo Radical Nacional (ONR ) y la organización de juventudes católicas Todos los Jóvenes Polacos(MW). Mientras que la primera organización toma su nombre de una organización que antes de la guerra se destacaba por sus campañas antisemitas, los segundos declaran abiertamente en su declaración de intenciones que están en guerra contra las doctrinas de la “tolerancia” y el “liberalismo”. Estos grupos están unidos en la búsqueda de una “sociedad mono-étnica” y se componen principalmente de jóvenes, no sólo desempleados y “ovejas negras”, sino también de algunos nacidos en entornos ricos. En 2011, ambas partes anunciaron el lanzamiento de un nuevo frente unido,llamado Movimiento Nacional con vistas a presentar su candidatura en las elecciones generales de 2015, siguiendo el modelo del partido húngaro de extrema derecha Jobbik y acompañado por un escuadrón paramilitar entrenado llamado Guardia de la Independencia (los movimientos neofascistas a menudo suelen asociarse con grupos de hooligans de fútbol o lenguaje y simbolismo paramilitar).

Pero los ataques violentos contra minorías no se han visto limitados a marchas de carácter nacionalista. Según uno de los principales organismos de control contra el racismo del país, Nigdy Wiecej, entre principios de 2011 y mediados de 2013 se han cometido más de 600 delitos racistas, sobre todo contra homosexuales, comunistas (o gente simplemente de izquierdas), extranjeros (sobre todo chechenos, debido a su origen musulmán). Es más, en las últimas tres décadas se han registrado más de 50 asesinatos cometidos en contra de las víctimas cuya etnia, religión o sexualidad les hace diferentes. También ha aumentado alarmantemente el sentimiento de impunidad (el hecho de que la legislación aplicable casi nunca sea usado puede tener algo que ver con ello), al igual que la aparente apatía de la población. Como símbolo de esto último, la llamada “lista negra” fue publicada en los últimos años en el sitio de internet de un grupo neo-nazi, con fotos y direcciones de supuestos “enemigos de la raza blanca”. Las consecuencias fueron cuanto menos impactantes: la indignación pública fue mínima y tan sólo unas pocas personas fueron condenadas a prisión.
Una de las principales explicaciones de este fenómeno no reside únicamente en la complicada situación económica que atraviesa el continente, sino en el propio carácter extremadamente tradicionalista del país. A pesar de que la suya se haya convertido en una sociedad mucho más secular y pluralista durante los últimos años, Polonia sigue siendo un país profundamente religioso y la Iglesia Católica sigue teniendo una profunda influencia en la vida pública. La escena política de Polonia todavía no ha incluido a un verdadero partido de izquierda liberal. Incluso el partido en el poder, la Plataforma Cívica de centro-derecha de Donald Tusk, de la que se cree que representa los puntos de vista moderados en el país, también se inclina en los últimos tiempos hacia la derecha, sobre todo cuando se trata de temas delicados tales como el aborto y la homosexualidad. En realidad, no existe en Polonia una definición precisa de la noción de extrema derecha y resulta bastante difícil distinguir entre una mayoría de partidos que ponen en práctica un mero discurso social y político de derechas, y los partidos de la extrema derecha.
A pesar de que ningún partido de derecha radical, hasta el momento, ha obtenido ningún escaño en el Parlamento, estos grupos se han ido desarrollado de maneras muy dinámica y no deberían ser subestimados. El mero hecho de que una organización utilice símbolos fascistas o recurra a expresiones de odio debería ser una afrenta para cualquier persona que se precie de respetar principios universales tales como los derechos humanos y la democracia. Y no debería ser suficiente con que los políticos conservadores polacos se distancien de algunas de las acciones de la extrema derecha, sino que un ataque a los valores constitucionales debería llevar a que se cuestione su propia legitimidad constitucional y jurídica. Quizás anticipándose al revuelo, tanto el primer ministro Donald Tusk como el nuevo ministro del Interior Bartłomiej Sienkiewicz han sido escuchados estos últimos días haciendo declaraciones contra el racismo y la xenofobia, y prometiendo medidas renovadas contra este tipo de actividades. A pesar de las palabras de Jarosław Kaczyński tras las elecciones de 2011, Varsovia , la ciudad donde se celebra no sólo la mayor marcha nacionalista de Europa del Este, sino también el mayor desfile del orgullo gay, no debería convertirse en una segunda Budapest.

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