EXPATRIADOS POR LA CRISIS
Un paraíso con poco aforo
Miles de españoles llegan cada año a Alemania en busca de futuro, pero los aventureros se estrellan con múltiples dificultades
Entre las primeras frases que aprendió en alemán, el electricista Javier Lázaro recuerda el “aquí no entran más españoles” que le espetaron en la discoteca donde quería celebrar la primera nómina que cobró en Múnich. “¡Precisamente en Pachá, que es una discoteca española!”, ríe señalando un edificio muy próximo a la obra donde trabaja con otros inmigrantes españoles. En la céntrica franquicia bávara de Pachá niegan ahora esa discriminación, pero sus colegas no parecen sorprendidos cuando Lázaro evoca entre carcajadas cómo tuvo que optar por “un bar alemán” para celebrar que, por fin, dejaba el nada selectivo club de los seis millones de parados españoles. En los 16 meses pasados desde entonces, el manchego Lázaro se ha casado con la también emigrante Leila Martínez, ha tenido en Múnich su primer hijo y sigue aprendiendo alemán. Trabaja con Miguel Ángel López, otro electricista de formación que tampoco había cumplido los 30 cuando decidió “venir solo con el coche, después de siete meses sin encontrar nada” en Vic. Se trajo después a la esposa, a sus dos hijos y al perro.
El buen humor predomina en el pequeño grupo que conforman junto al canario Werner Santiago, de 34 años, y el cordobés Pedro Lara, de 38. Estos electricistas son parte de la cara amable de la gran ola migratoria forzada por la crisis española. Son cuatro de las 50.582 personas que entre 2011 y 2012 se registraron en el padrón alemán como llegados desde España. Hacía 40 años que no aterrizaban tantos emigrantes españoles en Alemania. Como entonces, los españoles llegan buscando empleo a un país donde se dice a bombo y platillo que escasea la mano de obra. Pero pese a los tremendos problemas en casa y a las oportunidades que depara Alemania, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha revelado que dos tercios de los españoles que llegaron a Alemania en 2011 se marcharon antes de un año. El paraíso laboral alemán les cundió lo que una excursión.
Por su potencia económica y tecnológica, muchos emigrantes prefieren Baviera. Múnich, dicen los electricistas, no es tan caro como lo pintan, y a fin de cuentas los recién llegados ya ganan tanto como en los años de la burbuja inmobiliaria española. La edad y la formación profesional los convirtió en candidatos idóneos para suplir la falta de mano de obra cualificada en Baviera. La Cámara de Artes y Oficios regional lanzó un programa de captación de españoles al que se acogieron cuando ya estaban en Alemania. El capataz de la obra en la que trabajan, el alemán de madre española Manfred Sirges, supervisa su adaptación a la empresa. Los cuatro la dan por muy satisfactoria mientras Sirges sonríe de medio lado: “¿Quieres que te hable yo de los problemas o nos quedamos con lo bonito?”.
“Los españoles”, cuenta Sirges, “necesitamos como mínimo medio año largo para adaptarnos al sistema alemán: hay problemas de precisión, de seguridad, de normas”. “Pulir esas aristas es un proceso complicado, un desafío. Aquí son muy rígidos”, dice el capataz y todos asienten, graves. “Aunque algo resuelva un problema, los alemanes no lo aceptan si no se ajusta a la norma”, termina. Cuando Sirges describe cómo la “obsesión por las reglas de los cabezas cuadradas” centroeuropeos les complica el trabajo en la obra, es inevitable recordar al Bundesbank oponiéndose a la compra ilimitada de deuda por parte del Banco Central Europeo. Aunque la medida alivió problemas muy graves, incluso sin ponerse en marcha, en el Bundesbank decían que “bordeaba la ilegalidad”. La experiencia de Sirges, emigrante de ida y vuelta nacido en Alemania hace 48 años, que trabajó en España casi dos décadas, resume así sin pretenderlo las tensiones políticas entre Berlín y sus socios. Del tornillo a la macroeconomía, los alemanes reverencian las reglas.
El programa que captó a los cuatro electricistas fue idea de Heinrich Traublinger, jefe de la Cámara de Artes y Oficios de Alta Baviera. El exdiputado de la Unión Social Cristiana (CSU) es un espécimen perfecto del mediano empresario bávaro. Su panadería emplea a 160 personas, entre ellas un español traído con su programa, “que se desenvuelve muy bien”. Decía en mayo Traublinger, mientras su considerable Mercedes se deslizaba junto al aeropuerto de Múnich, que la región necesita “miles de trabajadores jóvenes y bien cualificados”. El primer ministro regional y jefe de Traublinger en la CSU, Horst Seehofer, dijo en agosto que “la juventud de Europa debería venir a Baviera”. La Cámara cuenta con “cientos de perfiles” idóneos para trabajar ya en alguna de sus 77.000 empresas, así como con “miles solicitudes pendientes”. Hablaba desde el lugar del copiloto tras ceder cortésmente la parte del asiento trasero disponible entre papeles de trabajo, su chaqueta a medida meciéndose de una percha y varias novelitas de quiosco con las aventuras interestelares de Perry Rhodan. Su experiencia como diputado conservador cuaja en frases redondas: “El peligroso drama del 56% de paro juvenil en España puede aliviarse por nuestra necesidad de mano de obra cualificada”.
Ida y vuelta en Berlín
(De izquierda a derecha) 1. Miguel Ángel Liceras (Madrid, 29 años). Este abogado llevaba cuatro años en Alemania. El último año dejó una empresa para pasar a otra en prácticas. Esta semana volvió a España.
2. Ignacio U. (Cáceres, 25 años). Llegó en abril tras licenciarse en Periodismo. Va a clase de alemán tres horas al día y buscará un trabajo relacionado con la comunicación a partir de septiembre.
3 (sentada). Esther C. (Almería, 29 años). Llegó a Alemania hace un año tras renunciar a su empleo como trabajadora social porque le pagaban irregularmente. Está contratada en un jardín de infancia donde “cobra más por 38 horas semanales que por 40 en una residencia de ancianos en España”.
4. Sara Grana (Oviedo, 26 años). Llegó en enero de 2011, después de terminar sus estudios de Relaciones Públicas. Trabaja en una empresa de intercambio de ‘au pairs’.
5 (sentada). Irene Tamayo (Madrid, 27 años). Esta bióloga trabajaba como técnico de iluminación para teatros y festivales. Los recortes la dejaron sin encargos. En agosto de 2012 se fue a Alemania. Tiene un ‘minijob’ de 450 euros como ‘comunity manager’ en una empresa de ‘software’.
6. Andrés Pérez (Córdoba, 34 años). En España trabajaba como comercial en un banco. Llegó a Berlín en mayo. Estuvo estudiando alemán, pero ha decidido volver a España.
7. Marina Román (Lanzarote, 24 años).Licenciada en Comunicación Audiovisual. A principios de año aceptó una oferta de trabajo en Berlín, que dejó para ponerse "a tope con el alemán" mientras trabaja en un bar. Pero ha encontrado empleo en España y vuelve en octubre. En Berlín veía pocas oportunidades para contrato bueno
Sin embargo, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el grupo de desplazados españoles que más ha aumentado desde que estalló la crisis, por encima del de los jóvenes, es el de las personas de entre 45 y 54 años. La franja más alejada de los programas de promoción del empleo juvenil y también de la noción del inmigrante joven, con idiomas y buscador de horizontes nuevos. Pertenece a aquella Octavio Ndong, que desde que cumplió los 52 años protagoniza una crónica muy representativa de los seis años largos que van de desastre económico español.
Llegó a Barcelona en los ochenta desde Guinea Ecuatorial, donde nació cuando aún era colonia española. Estudió ingeniería técnica industrial, trabajó en varias compañías, y abandonó la última, Seat, para hacerse autónomo “con una empresa de mensajería y transportes”. Corría 2002 y la burbuja inmobiliaria, ya desaforada, hinchaba también los servicios. Aquellos, recuerda tomando un zumo de naranja frío ante la mole de la Estación Central berlinesa, “fueron los mejores años”. Añade: “Los años de Aznar”. En un buen mes ingresaba 3.000 euros netos.
Nacionalizado español y abuelo desde hace 11 años, Ndong quiso un día redondear su felicidad ibérica comprándose un piso, como sus flamantes compatriotas. La CAM le dio una hipoteca de “20 millones de pesetas”, unos 120.000 euros. Pero “en 2007, muchos clientes empezaron a echar la persiana y, aunque hubo suerte al principio, en 2008 y 2009 las cosas empeoraron. Ya no sonaba el teléfono: quedaban cuatro gatos”. Se dio de baja de autónomo en 2011. Pidió el paro porque le “habían dicho que algo darían a los que cotizaban. Pero los autónomos dejaron de cobrar prestaciones en 2010 y me quedé sin nada”. Así hasta ahora. Con una nieta a su cargo y una hipoteca de 700 euros al mes, miró a Alemania, y empezó la segunda catástrofe.
“Fui demasiado inocente porque Berlín presentó un montón de dificultades: primero, el idioma; después, el alojamiento”. “Los últimos meses en España lo pasamos fatal y aquí ha sido lo mismo”. Octavio Ndong no ha tenido vivienda fija desde que llegó a Berlín hace 13 meses. Limpió hoteles, pero la cadena Ibis lo puso en la calle cuando le tuvieron que operar de la rodilla. Le gusta Españoles por el mundo, pero no cree que lo saquen a él porque, según explica sin el menor aspaviento, no tiene “ni dinero ni casa”. Ahora lleva algunas semanas trabajando otra vez de limpiador en hoteles.
En sus peores días lo atendió Regina Thiele, de un centro de Cáritas para gente sin hogar. La asistente habla perfecto español, así que a ella le llegan los que no dominan otra lengua. Conoce el desarrollo de la inmigración hispanohablante más desesperada: “Hasta hace poco llegaban latinoamericanos desde regiones en crisis y algún español suelto ya en situación extrema”, expresidiarios, adictos o enfermos. En su sencilla oficina del último piso del centro de Levetzowstrasse, el mayor establecimiento berlinés de atención a gente sin techo, la veterana explicaba con evidente alarma cómo, en 2010, notó el aumento drástico del número de indigentes españoles. En 2011 se puso a contarlos: solo a su centro “vinieron 59 y en 2012, 65”. Un 10% más en un solo año. En 2013, la tendencia sigue al alza.
Thiele está acostumbrada a tratar con gente muy necesitada. Pero desde hace tres o cuatro años también ha empezado a atender a “arquitectos o licenciados, como una ingeniera medioambiental que vino hace unos meses”. Todos españoles. ¿Algún aprovechado buscando que le solucionen la vida? “Los que vienen aquí no buscan gangas, son desamparados que no tienen nada. Llegan con una mano delante y otra detrás, sin saber ni palabra de alemán, perdidos. Algunos encontraron trabajo por Internet, pero dieron con estafas, con que no les pagan o con que les dan una miseria que no llega”. Los mayores lo tienen más difícil. Y muchos lo son. “Lo peor es cuando vienen con la familia, pero sin contactos, sin idioma y sin nada, solo por la pura desesperación acumulada durante años”.
Caritas no tiene albergues permanentes en Berlín, pero ofrece ayuda sin condiciones. Tras un primer diálogo de orientación, Thiele trata de que los sin techo “hagan pie”. Les da direcciones de hogares públicos y de cocinas de beneficencia. Después, de oficinas de empleo. Si lo necesitan, los manda a clínicas gratuitas para personas sin seguro, como la que regenta en pleno centro de Berlín la doctora peruana Jenny de la Torre. También ella nota el aumento de ciudadanos españoles, “sobre todo jóvenes, en situaciones personales que hace años no se daban de ninguna manera”. Ante las historias de Thiele sobre “familias enteras durmiendo en los parques”, aquel “impulso aventurero” que la secretaria de Estado española Marina del Corral identificó como motor de la emigración adquiere un sesgo siniestro.
También los medios alemanes prefieren dar estampas positivas de la inmigración. Los liberales, como Die Zeit, quieren identificarla con una nueva popularidad de Alemania en el mundo. Dedican largos reportajes, comentarios lúdicos o análisis sesudos a ponderar el “atractivo” de su país entre los jóvenes. Alemania aparece como “tierra prometida” (sin ironía en Die Zeit, 2011). El infortunio de los abocados a emigrar queda en segundo plano. También se obvia delicadamente la posibilidad de que la política de austeridad a rajatabla propugnada por el centroderecha de Angela Merkel tenga algo que ver con la nueva pobreza. Una reciente encuesta de la Fundación Bertelsmann revela que el 55% de los alemanes considera necesario atraer mano de obra cualificada extranjera. En este sentido, el conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung contaba la historia de Víctor Marí Cervera, un bioquímico valenciano que escapó del paro trabajando de au pair en una familia hispano-alemana de Fráncfort. Un ejecutivo lo leyó y le ofreció un buen contrato. El diario de la City de Fráncfort lo celebró a finales de mayo con un edificante reportaje de superación y triunfo.
Isabel Grasa Vilallonga lo comenta con aire preocupado: “Lo de Víctor fue una excepción, una suerte, lo de Nacho es la realidad dura”. Mira al sucesor de Marí, frente a ella en el jardín de su casa en Fráncfort. Nacho es Juan Ignacio Salinero, tiene 25 años y relevó a Víctor al cuidado de los dos hijos de Isabel y su esposo Christoph en un barrio residencial en la capital financiera de Europa. En 2011 se licenció en ingeniería medioambiental y se puso a mandar solicitudes de trabajo, “cientos, quizá miles”. Logró alguna entrevista. “Pero irse a Madrid o a Barcelona por 12.000 euros anuales es pagar por trabajar”.
En 2012 dio el salto a Alemania y se puso a buscar empleo mientras estudiaba alemán y cuidaba niños. Isabel Grasa cuenta que Salinero se esfuerza en conocer a fondo el nuevo país. Ironiza sobre los nuevos españoles en el mundo: licenciados de hasta 35 años que la “bombardean con solicitudes” cuando saca un anuncio buscando au pair. Salinero habla con una mezcla de esperanza y azoramiento, como temiéndose ser el único que no conquista el edén alemán en un reportaje de historias de éxito. Un par de semanas después de hablar con este periódico se fue para trabajar de camarero. Ahora está de enhorabuena: el 1 de octubre, dos años después de licenciarse en España, entrará de ingeniero en una empresa de Dortmund llamada Bronkhorst-Mättig, que fabrica sofisticados sistemas de medición y dosificación. Está “muy contento” con el sueldo que le ofrecen incluso en el periodo de prueba. Cree que los 15 meses invertidos en perfeccionar su alemán han sido “esenciales, porque el inglés no vale”. Una oferta así “es casi imposible” en España. Al final, otra historia de tesón y éxito.
Electricistas en Múnich
Manfred Sirges (48 años). Hijo de alemán y española, regresó hace dos años a Múnich tras pasar dos décadas en España (a la izquierda, en la foto). Werner Santiago (Canarias, 34 años).Llegó a la capital bávara hace un año. Ambos trabajan de electricistas en una empresa de construcción.
En el Instituto de Investigación Laboral IAB, el profesor Herbert Brücker concede no obstante que “muchos españoles no encuentran nada, es común dar con camareros licenciados”. Dos tercios de los nuevos inmigrantes del sur de Europa tienen título superior y están mejor formados que la media alemana. El idioma es su gran obstáculo, pero hay otros problemas, como el clima o [1.200 EUROS]as costumbres. Así y todo, Brücker cree que esta inmigración seguirá aumentando durante otros dos años. En esta transferencia de capital humano, “Alemania es la gran beneficiada, sobre todo si los inmigrantes se quedan”, confiesa. “La contribución a las pensiones compensará con creces los posibles gastos en los subsidios sociales o de desempleo”. Los países emisores se benefician de ver reducido el paro y con él, el gasto social. Alemania necesita inmigrantes para no sucumbir en su crisis demográfica. Pero las autoridades dificultan las ayudas sociales a los inmigrantes europeos, mientras muchos caen en la precariedad. El abogado Íñigo Valdenebro montó una asesoría gratuita para recién llegados en Berlín-Friedrichshain, vinculada a la página de Internet berlinwiebitte.wordpress.com y al Movimiento 15-M. Explica en su espartano despacho que muchos españoles “desconocen su derecho a cobrar el paro, que aquí es para todo el mundo”. Los que no tienen dinero podrían aprender alemán y buscar empleo con cierta tranquilidad mientras cobran las ayudas, pero en 2012 el centroderecha de Merkel impuso trabas que dificultan el acceso de los no alemanes al subsidio básico conocido como Hartz IV. Mientras, la Agencia Federal de Empleo postula a Alemania como destino laboral de ensueño, con cientos de miles de trabajos vacantes y bien retribuidos.
Pero no todos terminan de creerse los números oficiales, que hablan de carencias de “más de 200.000 trabajadores cualificados”. Thomas Liebig comenta desde la sede parisiense de la OCDE que “la falta de personal se limita a algunos sectores, como ciertas ingenierías y otros especializados en informática”. Destaca que “muy pocos de los que aseguran necesitar mano de obra cualificada están dispuestos a contratar extranjeros. Solo lo haría un 20% de los empresarios”. Aunque, eso sí, todos prefieren que aumente la oferta para mejorar la selección.
La estadística nubla la luz alemana al final del túnel del desempleo en el sur. De los siete jóvenes berlineses que participaron en la foto para este reportaje, tres ha decidido volverse ya. Andrés Pérez, tras de estudiar alemán en Berlín sin encontrar trabajo durante tres meses. Marina Román regresará en octubre para instalarse en España, aunque su nuevo empleo en Comunicación “lo podría hacer también desde Berlín”. Miguel Ángel Liceras vuelve a Madrid después de casi cinco años, disconforme con su contrato de prácticas y confiando en encontrar allí nuevas oportunidades: “Los españoles más inteligentes y capacitados que he conocido ya están volviendo porque en Alemania les cuesta encontrar un empleo acorde con su formación”. Pese a todo, él recomienda la experiencia. Otros quieren quedarse más tiempo. Como Sara Grana, aunque “cuanto más tiempo llevas aquí, más ganas tienes de irte”, confiesa. No es que perciban rechazo por su procedencia. Como explica el profesor Brücker, los inmigrantes españoles son bien aceptados, en contraste con los turcos o los africanos. La bióloga Irene Tamayo habla más bien de cierto trato “paternalista, desagradable en ocasiones”. El barcelonés Ndong, el manchego Lázaro y el cordobés Lara, el primero en Berlín y los otros dos al unísono en Múnich, coinciden tajantes en que preferirían estar en España.
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