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sábado, 8 de febrero de 2014

El hundimiento de Thorpe


Australia creó un nadador y lo idolatró brazada a brazada, exprimiendo su rendimiento y acumulando medallas.

Emergió el mito. Un hombre perfecto. Fabuloso. El ideal. Y también un ser descompensado: portentoso físicamente y frágil mentalmente.

Fuera de la piscina casi se ahoga en el alcohol y la depresión


Ian Thorpe, campeón olímpico de natación en una foto tomada en 
Hubo un tiempo, poco después de que en los Juegos de Atenas lograra una cosecha olímpica de cinco medallas de oro, en que Ian Thorpe (Sidney, 1982) podía hacer lo que le viniera en gana. Podía elegir, como si tuviera una varita mágica en la mano, aquello que más deseara, y sabía que se haría realidad. O eso creía. Eso parecía. Podía elegir ser primer ministro de Australia y estar seguro de que sus habitantes le votarían mayoritariamente, o presidir un banco, o vivir como un millonario sin dar más golpe en su vida. Tenía 22 años. Tenía toda la vida por delante. No había compañía ni empresa que no quisieran su imagen, la de un tipo estilizado de manos y pies larguísimos, un cuerpo perfecto, una sonrisa deslumbrante para promocionar sus productos. La comunidad gay lo había convertido en icono perfecto, en su ideal de perfección. No parecía que pudiera haber preguntas, cavilaciones íntimas, que pudieran turbar su felicidad, su imagen de hombre envidiable.
Diez años más tarde, Ian Thorpe, una ruina humana, se recupera en un centro de rehabilitación de Sidney de una grave crisis de depresión y adicción —la policía lo recogió la semana pasada por una calle de Sidney perdido y desorientado a las tres de la madrugada—, de unos problemas que, curiosamente, apenas han sorprendido. Más allá del ¡ah! inicial, ni a los aficionados al deporte ni a la sociedad: Thorpe, pese a todo, no es la primera víctima, ni será la última, pues las vidas destrozadas son uno de los residuos más habituales de esa industria, del sistema deportivo, de una sociedad que convierte en héroes solo a los ganadores, despreciando a quienes pierden: como si hubiera una bondad moral en la victoria y una perversidad en la derrota.
La depresión no es la causa de su adicción, sino al revés, dice el deportista García Aguado, que lo superó
“Thorpe es, no lo olvidemos, un producto del Instituto Australiano de Deportes (AIS), la fábrica de medallas puesta en marcha a imagen y semejanza de los institutos de deportes creados por la antigua República Democrática Alemana”, señala Martin Hardie, especialista e investigador en deporte australiano. “Es una fábrica que produce tantos medallistas como vidas destrozadas. Thorpe ingresó a los 14 años, y todo su desarrollo emocional y afectivo, como el de tantos de sus compañeros, se vio afectado por una vida en la que la única obsesión era el aumento del rendimiento. Pero aquí, en Australia, nadie cuestiona al AIS. El subconsciente colectivo —para el que importan más las medallas que las personas— lo tiene mitificado. Y ahora, la sociedad muestra ante Thorpe una cierta forma de compasión, pero acompañada de la confusión, de la duda: ¿qué es lo que tiene? ¿Por qué?”.
Pedro Celaya, médico deportivo y también especialista en psiquiatría, siempre ha creído que la mente de los campeones deportivos es un pozo insondable y frágil, y que la vida que han elegido, o que les ha elegido, es en cierto sentido peligrosa y complicada de sobrellevar. “En los 10 años que puede durar la carrera de un deportista profesional viven lo que las personas normales pueden vivir en 40 años de su vida, y con mayor intensidad. El éxito, el fracaso, la frustración, la depresión, la ansiedad, la angustia… Todos son sentimientos que viven multiplicados por 10”, dice Celaya. “Y lo viven cuando en cierta forma son jóvenes inmaduros, aún no formados plenamente, fuertes físicamente, pero frágiles”.
Antes de la crisis actual que le mantiene ingresado, Thorpe había dado la voz de alarma, había emitido señales hacia la sociedad haciendo ver que no todo era tan bonito como parecía. Una de ellas fue su decisión sorprendente de volver a la competición en 2011, varios años después de retirarse, con la intención, frustrada finalmente, de clasificarse para los Juegos de Londres. Otra fue el enfado, el hartazgo que mostró en ciertas entrevistas. “Estoy hasta las narices de que me pregunten si soy gay. No, no lo soy. Me gusta más que nada en el mundo salir con chicas”, declaró más de una vez el nadador fabuloso. Una afirmación que si algo hizo fue lo contrario de lo que buscaba. Según Hardie, para gran parte de la sociedad australiana, el problema de Thorpe se ve agravado porque en el fondo es un gay que no se atreve a salir del armario.
Pero la señal más clara de alarma la emitió hace un par de años en su autobiografía, en la que habló abiertamente de su adicción al alcohol y de la depresión profunda que le ha acompañado gran parte de su vida, y que solo encontraba cura en la pileta, en los entrenamientos tediosos e interminables, solitarios y sordos en una piscina haciendo largos sin fin, abstraído, absorbido.
“Los campeones tienden a sufrir de bipolaridad, lo que no deja de ser un paso hacia la adicción”, dice el psiquiatra Néstor Szerman, que ha tratado a varios deportistas de élite. “En Thorpe, como en la mayoría, porque es inevitable, se combinan un elevado componente narcisista con una gran fragilidad mental”.
Como persona que ha superado un grave problema de adicción y de depresión, como deportista superviviente que ha pasado largas horas entrenando solo, abstraído en una piscina y que conoce a otros que no han tenido la fuerza para salir del agujero, Pedro García Aguado, campeón olímpico de waterpolo con España en Atlanta 96, puede hablar con cierto criterio de lo que puede estar sufriendo Thorpe, de los mensajes de auxilio lanzados por el nadador australiano, al que exige, de entrada, que llame a las cosas por su nombre. “La depresión”, dice Pedro García, que fue pionero en exponer públicamente su problema, “no es la causa de su adicción, sino al contrario: es un síntoma de la adicción; la droga daña los circuitos de recompensa encargados de hacer sentir bien a las personas de manera natural y por eso el adicto necesita consumir, para activarlos, por eso se confunde depresión con adicción”.
Así lo vivió García, que dirige varios programas televisivos de ayuda a jóvenes: “Hacer series interminables daba mucho tiempo para pensar, pero en mi caso no eran pensamientos terapéuticos, ya que uno de los primeros síntomas de un adicto es sufrir una distorsión del pensamiento que te puede hundir más o predisponer para la próxima ingesta. Thorpe interpreta que la abstracción de los entrenamientos, la soledad, le resultaba terapéutica, pero lo terapéutico —tanto para él como para mí— era en realidad el esfuerzo y las endorfinas que nuestro cuerpo generaba, provocando satisfacción y placer”.
 http://elpais.com/

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