Hablar de la política en Líbano siempre equivale a preguntarse sobre el lugar que ocupa Hezbollah (que en árabe significa “Partido de Dios”). Hezbollah es al mismo tiempo una milicia y un partido político. Por esta razón, The Economist lo ha llamado un “party-cum-militia”. Creado en el seno de la comunidad chií libanesa (que a pesar de no existir censo oficial desde el 1932, poco después de la creación del país, se estima que representa un tercio de su población) Hezbollah formó gracias a las instancias de la República Islámica de Irán, y gracias a cuantiosas sumas de dinero facilitadas por ella. Formando durante la guerra civil que asoló al país durante 15 años, su objetivo principal es de ofrecer resistencia (muqawama) al que hoy por hoy sigue siendo el mayor enemigo declarado del estado, Israel. Su ala paramilitar sigue siendo considerada como un movimiento de resistencia en la mayor parte de los mundos árabes y musulmanes. Sin embargo, no son pocos los países y organizaciones, tanto en Occidente como en otras regiones (Estados Unidos, Países Bajos, Francia , el Consejo de Cooperación del Golfo, Reino Unido, Australia, Canadá, la Unión Europea), que clasifican a Hezbollah como una organización terrorista.
La historia de algo más que una milicia
En 1985, el Manifiesto de Hezbollah listó como uno de sus cuatro objetivos principales el dar a la gente la oportunidad de elegir “el sistema de gobierno que quiere”. Lo que comenzó como una pequeña milicia se ha convertido en una institución política con un número no desdeñable de escaños en el gobierno libanés, una potente campaña de relaciones públicas (que incluye su propio museo), y programas de cooperación al desarrollo y apoyo social. Muchos libaneses, al hablar del grupo, se refieren a él como un ” Estado dentro del Estado”. Y no se equivocan, pues Hezbollah se ha erigido a lo largo de las décadas como el principal proveedor de tanto consuelo material y espiritual como servicios básicos, contribuyendo al crecimiento del nivel de bienestar de la población chií del Líbano, que también ha visto como milagrosamente crecía su influencia y estatus.
El apogeo de Hezbollah llegó el 25 de mayo de 2000, cuando Israel retiró sus fuerzas armadas del sur del Líbano, donde había ocupado durante casi dos décadas. Tras el fin de la ocupación, su poderío militar creció de manera significativa, y se calcula que su brazo armado es hoy en día aún más poderoso que el propio ejército libanés. Convendría señalar que Hezbollah no existiría si no fuera por el régimen de Assad de la vecina Siria, ya que fue Damasco la encargada de supervisar la aplicación del Acuerdo de Taif, el acuerdo que puso fin a la guerra civil en Líbano. El acuerdo exigió el desarme de todas los milicias, incluyendo de Hezbollah, pero Hezbollah no entregó todas sus armas, y Damasco lo permitió. Mientras tanto, el brazo político del “Partido de Dios” sigue capaz de movilizar a cientos de miles de personas en sus manifestaciones.
Un presente en flux
Las cosas, no obstante, parecen estar cambiando, principalmente como consecuencia de la creciente implicación del grupo en la guerra civil Siria, pero también como efecto colateral del comportamiento del grupo, especialmente de su creciente brutalidad, en las calles de Beirut. Las explosiones en la capital del país no son cosa rara para sus habitantes. En los últimos tiempos, sin embargo, el número y la proporción de ataques violentos está empezando a preocupar a muchos dentro y fuera del pequeño estado. Recientemente, un vehículo cargado de explosivos estalló en el este de Líbano, matando a su conductor e hiriendo a dos miembros de Hezbollah. Dos explosiones golpearon la embajada de Irán – todavía principal mecenas de Hezbollah – en Beirut el mes pasado. Ataques con bomba también han sido el método de preferencia a la hora de sembrar el pánico en los distritos chiítas de la capital y en las mezquitas sunitas en la ciudad norteña de Trípoli, donde estallan batallas campales semana tras semana.
El asesinato de Hassan Hawlo Al-Lakkis, quien fue una figura militar de alto rango, fue un ataque aún más claro contra la milicia. De hecho, Hezbollah ha sido criticado en numerosísimas ocasiones por su papel militar en Siria, donde miles de sus combatientes han estado luchando con las fuerzas leales al presidente Bashar Al-Assad. Muchos musulmanes sunitas libaneses apoyan no obstante a estos últimos, y muchos yihadistas suníes incluso se han desplazado a Siria para unirse a ellos con el fin de derrocar al régimen Sirio.
Hezbollah está siendo testigo de cómo su popularidad se desvanece por momentos, no sólo entre la población libanesa, sino también, y sobre todo, entre su propia comunidad chiíta. Tras la reconquista de la ciudad de Qusayr en junio de 2013, que causó enormes bajas entre los combatientes del grupo, muchos salieron a las calles para protestar en contra de Irán y de la participación militar de Hezbollah en Siria. Esbirros del grupo atacaron entonces a la multitud con porras y armas de fuego, llegando a causar una muerte. En un país aún emergiendo de las cenizas de su propia increíblemente larga y dolorosa guerra civil, la mera visión de partidarios de Hezbollah regocijándose por las victorias del régimen de Assad o disparando a manifestantes, asusta a muchos libaneses, que una vez veneraron a la organización como una fuerza de resistencia capaz de situarse por encima de la política interna. Mientras que muchos partidarios de Hezbollah, impotentes ante el ataque a sus lugares sagrados a los alrededores de la frontera, rogaron desde el primer día a sus superiores que les concedieran la posibilidad de luchar sobre el terreno, hoy en día algunos oficiales de Hezbollah se niegan a seguir ciertas órdenes cuando se les impone ir a Siria.
Desde un punto de vista político, la guerra en Siria es considerada por muchos la principal razón que impide que en el Líbano se forme un nuevo gobierno, un gobierno que nunca ha sido formado sin la aquiescencia de Hezbollah, y por ende crea un peligroso vacío de poder. En el ámbito internacional, el acuerdo nuclear con Irán parece traer bajo el brazo buenas noticias para Hezbollah, ya que implicaría relaciones más cálidas con Estados Unidos, que podría incluso decidir apartarse del conflicto sirio, dando así mayor margen al régimen sirio y por lo tanto permitiendo que Assad permanezca en el poder, por lo menos hasta las próximas elecciones presidenciales.
Una encuesta realizada por el Pew Research Center publicada el 7 de junio mostraba el descenso de la popularidad de Hezbollah en la región árabe tras su participación militar en el conflicto Sirio.
Perdida importante de popularidad
La disminuyendo popularidad de Nasrallah es un claro ejemplo de los problemas a los que el grupo se enfrenta. Desde 1992, cuando fue nombrado líder del grupo, su Secretario General ha sido durante mucho tiempo reverenciado como el héroe árabe que hizo frente a Israel, y entre los suyos como el hombre que elevó los chiítas a la cima de la política libanesa. Hoy en día, sin embargo, se ve ninguneado por algunos como una mera representación de la teocracia iraní y el protector de la cruel autocracia Siria que no tiene ningún reparo en masacrar a su propio pueblo. A pesar de que Nasrallah afirma que la lucha contra los extremistas sunitas en Siria servirá para librar al Líbano del extremismo sunita, la reciente violencia no hace sino demostrar que la implicación de Hezbollah en Siria está teniendo exactamente el efecto contrario. Tal y como Bolar Saab señala en un artículo en Foreign Affairs, “con cada bomba que explota en su bastión – y con cada pérdida de vidas chiítas que no es causada por Israel – el control que el grupo ejerce sobre su base de apoyo se va desvaneciendo”.
Hezbolá ha ido perdiendo terreno, ha ido perdiendo apoyo popular tanto entre los independientes como entre la mayoría silenciosa. Muchos libaneses normales y corrientes ven el apoyo a Assad del líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, como un error de cálculo que va a arrastrar a Líbano al lodazal sirio, exacerbar los combates en el mismo Líbano, y limitar la capacidad del país para contener la creciente amenaza de grupos extremistas suníes, profundizando las grietas sectarias sunita-chiíta en la región. La mayoría de los libaneses, entre ellos simpatizantes de Hezbolá, temen una guerra civil sectaria más que cualquier otra cosa. Mientras tanto, Hezbollah sabe que sus lazos con la comunidad chií son aún su primera y última línea de defensa.
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