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jueves, 12 de junio de 2014

Desigualdad y pobreza en la España del siglo XXI


Desigualdad y pobreza en la España del siglo XXI
La actualidad (social) en nuestro país la podríamos dividir entre aquellos que esperan la luz que dicen se ve al final del túnel y aquellos otros que no ven ni el túnel.
Me voy a centrar en los segundos, que reflejan una realidad de España en el siglo XXI que jamás me hubiera imaginado.
La Encuesta sobre Condiciones de Vida (ECV), que publicó recientemente el INE, ha arrojado unos datos bastante alejados del optimismo macro que embriaga al Gobierno. A grandes trazos, los datos son los siguientes: el  ingreso medio en el hogar está estimado para 26.775 euros (1.992 euros en catorce pagas entran de media en un hogar); estás en el  umbral de la pobreza si eres un hogar unipersonal e ingresas unos 580 euros mensuales en 14 pagas; si eres una familia de dos adultos con dos menores, la cantidad se sitúa en unos 1.200 euros al mes en catorce pagas.
Uno de cada cinco españoles es  pobre (uno de cada cuatro si es menor de 16 años), la pobreza laboral se sitúa en el 11,7%, pero si no trabajas aumenta al 39,9%; casi la mitad de los españoles no puede permitirse una semana de  vacaciones, cuatro de cada diez no puede afrontar un  gasto imprevisto, casi 2 de cada 10 pasa  mucha dificultad para llegar a fin de mes y uno de cada diez lleva algún retraso en gastos relacionados con la  vivienda habitual. El AROPE, el indicador que engloba varias medidas, sitúa el riesgo de pobreza y exclusión social en el 27,3%. España siglo XXI.
En el país ‘Marca España’, el dinero se distribuye de manera desigual. Aunque se considera algo deseable como incentivo,  un exceso de la desigualdad también supone riesgos para el sistema (para el crecimiento, la salud, la paz social, la seguridad ciudadana, etc). Los datos para el 2012 (Eurostat) tampoco son de alegría macro: un índice de  Gini de 0,35 (cuanto más cercano a uno, más desigual distribución) nos sitúa a la cabeza de la UE, con un incremento desde el 2008 de 9,7%; el  1% más rico se lleva el 4,2% del ingreso nacional; el 10% más favorecido, un 24,8%; el  20% más acaudalado, un 40,8%. España siglo XXI.
Con un bajo crecimiento, la tasa de paro superando el 25,5%, la política monetaria en manos alemanas, la política fiscal inoperativa por ideología y por la gran deuda, las reformas del Gobierno sólo ahondan en el problema, aunque a la Comisión Europea (gobernada otros 5 años por los mismos) y al FMI no parezca importarles. La verdad es que, ante la que se nos venía encima, teníamos varias opciones: una reforma empresarial (empresarios innovadores capaces de aprovechar el capital humano del país) o una reforma laboral, y ya sabemos cómo continúa.
Esta carrera hacia al abismo (‘race to the bottom’) se acelera a medida que necesitamos una mayor inversión directa extranjera. Una competición entre países destruyendo derechos y haciéndonos más baratos para atraer a grandes transnacionales que creen trabajo (aunque no se asegura nada). Por tanto, el Gobierno “más reformista de la historia de España”, según se ha autodenominado, lo ha cambiado todo para mantener las mismas estructuras de poder que nos han llevado a esta situación. El ‘gatopardismo’ político y económico llevado al límite.
Ante esta situación, caracterizada por una peor democracia y un menor peso del Estado (que se agravará con el Tratado de Libre Comercio entre UE y EE.UU.), nos queda confiar en las grandes transnacionales y en su Responsabilidad Social Corporativa (RSC). La Comisión Europea define la RSC como la responsabilidad de las empresas por los impactos que tienen sus actividades en la sociedad (definición amplia y, en mi opinión, clara). Aunque las empresas, organizaciones afines y nuestro Gobierno prefieren reducirla a actividades voluntarias que van más allá de lo legalmente exigido y que consideren aspectos sociales y ambientales (pueden leer el texto que pretende aprobar el Gobierno en este  enlace). La España del siglo XXI en manos de los consejos de administración y altos directivos de las grandes empresas.
Según un estudio de Comfia-CCOO, “La equidad en el sector financiero español”, la ratio entre la retribución del máximo consejero de una empresa y el salario mínimo de la propia empresa es 379 veces mayor en el BBVA y 371 veces en el Santander. Según la CNMV, los consejos y altos directivos de las empresas del IBEX35, las que consiguen inestimables contratos en el exterior, se repartieron un total de 637.500.000 euros. Mientras en el 2012 el conjunto de empresas perdió unos 3.000 millones, en 2013 ganaron cerca de 23.000 millones, lo que se tradujo en una reducción de plantilla del 9%.
Mientras las remuneraciones de la alta dirección suben (excepto en el 2009), las del resto de los trabajadores no paran de bajar, aumentando la brecha salarial (desigualdad interna) y la probabilidad de incremento de la pobreza laboral. Como idea de lo que esto supone, pensemos que una disminución del 20% en estas cuantías permitiría un ahorro de 127.500.000 euros con los que poder mantener trabajadores, pero, claro está, depende de su voluntad.
Otra forma de ayudar a reducir la pobreza y la desigualdad es el pago de impuestos. Oxfam Intermon ha presentado un excelente estudio titulado “Tanto tienes tanto pagas” que pone de manifiesto que las grandes fortunas contribuyen poco al bote común con su riqueza, entre un 1% ó 0%, pero que las grandes empresas sólo un 17% (30% nominal) y las multinacionales un 3,5% (30% nominal).  Pero no pensemos que las corporaciones extranjeras colaboran mucho, ya que se aprovechan de una figura legal que otorga a España la consideración de paraíso fiscal. La elusión fiscal de las grandes corporaciones transnacionales, práctica común aprovechando la ley al máximo, y el uso que éstas hacen de los paraísos fiscales (el 94% del IBEX35 tiene filiales en alguno, según el Observatorio RSC) están erosionando la capacidad de redistribuir del Estado. El pago de más impuestos depende de su voluntad.
Analizando estos datos y algunos comportamientos podemos hacernos una idea de lo que podemos esperar los próximos años.
La pobreza y la desigualdad son caras de una misma moneda. Si bien la primera puede deberse a causas fortuitas, la segunda tiene mucho que ver con el propio sistema económico y su forma de funcionar. La capacidad de cambiarlo todo parece radicar en saber cómo modificar esas estructuras que el propio sistema ha diseñado para perpetuarse y no dejar nuestro futuro en manos de decisiones empresariales. Las soluciones no parecen encontrarse en el pasado y la innovación es el camino. Aunque para ello necesitamos que la paradoja de Bossuet se rompa.


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