Durante los últimos meses el mundo entero ha sido testigo de los dramáticos derroteros que ha seguido la República Centroafricana, cuya crisis política crónica ha desembocado en un desastre humanitario cuyas atrocidades han jalonado todos los medios de comunicación. La protección de los niños, atrapados entre la furia de las milicias, es una de las grandes urgencias del conflicto.
La tragedia congénita del pueblo centroafricano
Aunque no sería hasta 1960 cuando Francia reconociera oficialmente su independencia, fue dos años antes cuando el primer Jefe de Estado y padre de la Nación, Barthélemy Boganda, proclamó el nacimiento de la República Centroafricana, en el seno del África colonial francesa. Como una premonición de la inestabilidad que había de esperarle al país, menos de dos años después Boganda moría en un accidente aéreo de causas nunca esclarecidas. Comenzaba así una historia política tejida con el hilo de regímenes dictatoriales, levantamientos militares, sediciones y demás vaivenes institucionales.
De 1965 a 1993 se suceden diversos golpes de Estado con sus consiguientes regímenes autoritarios. A partir de 1990, tras la caída del Muro de Berlín, Europa rezumaba el oxígeno de la democracia y comenzó a apostar por la promoción internacional de sus valores. Francia se centró en tratar de limpiar las huellas de su colonialismo en África. El entonces Presidente de la República Francesa, François Mitterrand, dirigió la presión internacional hacia la República Centroafricana y así se consiguió que se celebraran en 1993 las primeras elecciones multipartidistas.
La calma democrática duró diez años, hasta el nuevo golpe de Estado de François Bozizé en 2003. Desde entonces el país se fue ahogando en el caos político, la incapacidad institucional y la tragedia humanitaria. La violencia feroz, infligida tanto por los grupos rebeldes al Gobierno golpista como por las tropas de éste, brotó por todo el territorio, especialmente en las zonas rurales del noroeste.
En marzo de 2013 Michel Djotodia, líder de la coalición rebelde Seleka, de confesión musulmana, tomó el poder del país y se autoproclamó Presidente de la República. En respuesta se armaron las milicias cristianas de autodefensa Antibalaka, cuyo significado en lengua sango es antimachete. El conflicto ha degenerado desde entonces en una guerra interreligiosa entre grupos armados musulmanes y cristianos, cuyos libertinos miembros sacian su ira con la sangre de la población civil.
Desde principios de diciembre del año pasado la violencia comenzó a recrudecerse considerablemente. La constante aparición en los periódicos de cruentos relatos de atrocidades cometidas por ambas milicias, unido al recuerdo, aún reciente, del genocidio en la cercana Ruanda propició entonces la creación de una Misión Internacional de Apoyo a la República Centroafricana (MISCA), en el seno de Naciones Unidas.
La punzante presión internacional que ha supuesto para el país la creación de dicha misión ha hecho que, a mediados de enero de este año, el Jefe de Estado Djodotia y su primer ministro hayan abandonado sus cargos, exiliándose en Benin. Días después Catherine Samba-Panza fue elegida por el Consejo Nacional de Transición como Presidenta de transición. Además, desde finales de enero, la Unión Europea ha decidido enviar un contingente de tropas que se unirán a las ya desplegadas por Francia y la Unión Africana.
La situación actual
La génesis de su historia ha hecho de la República Centroafricana un país inseguro en el que la violencia sectaria envilece a la población. La guerra entre cristianos y musulmanes está fuera de control y las escenas macabras de persecuciones y asesinatos bullen por todo el territorio. Las tropas de la MISCA han conseguido contener levemente la situación en la capital Bangui y otros núcleos urbanos, pero en las zonas rurales los machetes continúan segando vidas sin distinciones.
Además, la falta de una autoridad estatal eficiente propicia que los grupos armados de los países vecinos busquen refugio en la República Centroafricana, como es el caso del Ejército de Resistencia del Señor cuyos miembros, entre ellos su sanguinario dirigente Joseph Kony, perseguidos en Uganda, se repliegan hacia territorio centroafricano.
Hasta ahora, el conflicto ha dejado ya un rastro de casi 600 muertos, entre ellos mujeres y niños; casi 1 millón de desplazados; y a más de 2 millones de personas, lo que supone casi la mitad de la población, en serio riesgo alimentario.
La infancia y los conflictos armados
Como a menudo sucede en los conflictos armados, los efectos de la confrontación resultan especialmente lacerantes para los niños, sobre quienes se ejerce la violencia desde múltiples focos. Consciente de ello, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas creó en 2005 un Grupo de Trabajo sobre Niños y Conflictos Armados cuyo principal mandato es el de “examinar los informes sobre las violaciones cometidas contra los niños en situaciones de conflictos armados”.
En línea con este propósito de protección especial de la infancia, se han identificado por parte de Naciones Unidas seis violaciones graves que se cometen contra los niños en el marco de los conflictos armados, a saber:
- Matanza o mutilación.
- Reclutamiento o utilización de niños soldado.
- Violencia sexual.
- Ataques a escuelas u hospitales.
- Denegación del acceso a la ayuda humanitaria.
- Secuestro.
En la tragedia que se vive en la República Centroafricana, prácticamente todas estas violaciones graves se han estado produciendo y se siguen produciendo hoy en día. UNICEF publicó el pasado 30 de diciembre una nota de prensa en la que alertaba de los casos de asesinatos, mutilaciones y decapitaciones de niños, así como de su reclutamiento por las guerrillas armadas. Del mismo modo, otras organizaciones, como Médicos sin Fronteras, han dado testimonio de casos de ataques a hospitales y de denegación del acceso a la ayuda humanitaria.
En un país ahogado por las lágrimas de una población civil que se desangra a cada nuevo ataque atroz de las milicias, la violencia contra los niños se ha convertido en un arma de guerra. La amenaza violenta sobre un niño consigue infundir un temor difícil de superar, convirtiéndose de este modo en un eficaz arma capaz de propagar el miedo y el caos entre la población a la velocidad de la pólvora.
Por otro lado, los ataques contra niños se han registrado en diversos conflictos armados, pudiendo encontrarse los últimos ejemplos en Siria o en Malí. La tragedia centroafricana no es por tanto la primera que apunta directamente a la infancia; y lo que es más triste, tampoco será la última.
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