Por Malene Kamp Jensen, UNICEF
Esraa Alkhalaf es una chica dulce pero fuerte a la vez. Ha vivido los disparos de los francotiradores, fuertes enfrentamientos, cortes de agua y electricidad y ladestrucción de su ciudad, reducida a escombros. A pesar de todo, sigue en Alepo por dos razones: su compromiso con los niños y mujeres de la ciudad y su sueño dealcanzar su doctorado.
El mes pasado, los dos sueños se unieron. Esraa aprobó su doctorado con honores y completó un viaje que simboliza la fuerza y perseverancia de tantas personas en estaciudad asolada por la guerra.
El conflicto de más de 4 años ha generado una división importante en la mayor ciudad del país y también ha separado a Esraa de su familia. Sin embargo, no ha dejado de trabajar; por el día, en la respuesta humanitaria de UNICEF; por la noche, estudiando a la luz de las velas durante los cortes de energía.
“Desde que era pequeña, mi sueño fue convertirme en profesora de universidad”, me explica esta mujer de 33 años desde una de las ciudades más antiguas del mundo. “Pero durante esta crisis me di cuenta de que podía ayudar a la gente a través de UNICEF”.
Se mudó a Alepo en 1998 para asistir a la universidad de medicina y se marchó durante unos meses en 2013 por motivos familiares. Cuando regresó a Alepo en octubre de ese año “no reconocía la ciudad”, dice.
Esraa había perdido su casa y la clínica pero se negó a dejar la ciudad de nuevo. Forma parte de la docena de trabajadores de UNICEF que siguen en Alepo y que se coordinan con los aliados para apoyar a los habitantes que permanecen allí. “La vida ahora es muy diferente”, dice. “Los edificios están destruidos y apenas hay nadie en las calles al caer la noche. Antes, Alepo nunca dormía. Pero lo más descorazonador es ver cómo de cansada y agotada está la gente, sobre todo los niños”.
Como confirma Esraa, Alepo es uno de los lugares más peligrosos del mundo pero cuenta con algunas de las personas más resilientes. “Los niños hacen colas muy largaspara conseguir agua con un calor abrasador”, dice resaltando que los cortes de agua a veces se prolongan durante semanas. “Pero intentan no perder la sonrisa”.
La situación en el país es muy triste. Más de 12 millones de personas en Sirianecesitan ayuda humanitaria; casi la mitad de ellos son niños. Solo el 43% de los hospitales funcionan con normalidad, la disponibilidad de agua potable así como latasa de escolaridad se han reducido a la mitad y la desnutrición ha aumentado de forma drástica. En todo el país, y a pesar de los riesgos, UNICEF y sus aliados han proporcionado material para tratar agua para 16 millones de personas, trabajan para asegurar que millones de niños continúan su educación y reciben vacunas, y han distribuido suplementos nutricionales entre otros tantos de miles.
Hala es una de las pequeñas pacientes de Esraa. Era una de los 1.350 niños con desnutrición en Alepo. Entre Esraa y los aliados cuidaron de ella. Este caso subraya los problemas sociales alimentados por la crisis y las desventajas a las que se enfrentan especialmente las mujeres.
Los trabajadores sanitarios descubrieron a Hala mientras examinaban a los niños de los sobrecargados centros para desplazados. Con 6 meses, esta niña se aferraba a la vida. Su hermano gemelo ya había muerto después de sufrir una grave diarrea. La pequeña y su madre llegaron al hospital, seguidas de un marido enfurecido porque no había dado su aprobación. “Entró de forma violenta, cogió a su mujer y comenzó a golpearla en frente de nosotros”, cuenta Esraa. “Llamamos a seguridad e intentamos intervenir, pero la arrastró fuera. Fue muy violento”. Por suerte, dejaron a la niña y, durante 10 días, los voluntarios no se separaron de ella. La madre regresó a por la niña y Esraa y su equipo continúan visitándolas para asegurarse de que están bien.
A pesar de los riesgos, Esraa permanece en Alepo y emplea su tenacidad y su humorcomo herramientas para sobrevivir.
Un día del pasado invierno, cuando cruzaba un estrecho pasaje que conecta la ciudad dividida, tuvo que esquivar el fuego de los francotiradores junto a un grupo de personas. Tuvo que inclinarse, mirar hacia abajo y correr para salvar su vida. Llovía y la carretera estaba llena de barro. “Vi a gente que llevaba consigo su equipaje, sus niños y su tristeza”, cuenta Esraa.
Con un hiyab para cubrir su pelo y un largo abrigo rosa y gris, se dispuso a cruzar a lazona más conservadora de Alepo cuando ocurrió. “De repente escuché la voz enfadada de un hombre que gritaba: ‘¡Eh! ¡La de rosa! ¡Sí, tú, María Antonieta! ¡Agacha la cabeza y muévete!’ Y, ¿sabes? Con el abrigo levantado para no llenarlo de barro, ¡realmente me parecía a ella!”.
Pero Esraa cambia rápidamente la risa por la tristeza y lanza un claro mensaje desde el corazón. “Quiero decirle a cualquiera que pueda ayudar a traer la paz a Siria y ayudar a estos niños que por favor, ¡por favor!, lo haga”.
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