Atención: este texto, al igual que las imágenes, puede herir seriamente su sensibilidad. Como lo pueden hacer esos cuerpos y miembros apilados, despedazados, desastrados, mantenidos a temperatura ambiente, en un escenario de película de terror, como el de la serie The walking dead. Cadáveres donados a la ciencia y ahora en condiciones insalubres y peligrosas.
Se calcula que son hasta 250. Muchos más de los que caben en el lugar. Aunque por las fotos lo parezca, esto no es Auschwitz en 1942. Ni Srebreniça, el horror de la antigua Yugoslavia en los años 90. Tampoco Ruanda y los hutus contra los tutsis. Lo que muestran estas imágenes es una ingente pila de cadáveres, que se agolpan corruptos y en malas condiciones, nada menos que en Europa, España, Madrid. ¿Dónde? En la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Concretamente, en el departamento de Anatomía y Embriología Humana II.
No son restos de ninguna masacre, sino vestigios humanos de personas fallecidas, que donaron sus cuerpos a la ciencia de forma altruista... Y terminaron desperdigados en un sótano cuya capacidad hace mucho que quedó rebasada, mezclados con otros restos, anónimos y sin identificación alguna, en una macabra atmósfera imposible de describir.
«No somos ricos y no hay peligro sanitario», explica Ramón Mérida, director del departamento, que reconoce que algunos cuerpos llevan allí «hasta cinco años» y que da su versión: «El funcionario que opera el horno se prejubiló en diciembre, y no ha habido manera de convocar la plaza porque los sindicatos denuncian que el horno no está en buenas condiciones». Los representantes de los trabajadores dicen que el horno, instalado en 1991, emite gases nocivos.
El 'secadero'
Los cadáveres, como comprobó este diario, se reparten en varias estancias. En el peor de los casos, el del llamado «secadero», sólo están separados del resto del departamento de Anatomía por una puerta de cristal esmerilado, junto a pasillos y habitaciones oscuras en las que se apilan muebles, polvo y telarañas.
Esta cámara de los horrores, en la que decenas y decenas de cuerpos parecen momificados, es rectangular, mide unos 25-30 metros cuadrados y está surcada por un pequeño corredor central que une la puerta con una ventana alta, sucia e inalcanzable, permanentemente cerrada.
A ambos lados del corredor están las tinas de formol, una especie de inmensas bañeras alicatadas y tapadas con planchas metálicas, en las que quizá haya más muertos, pero es imposible saberlo: para abrirlas habría que retirar una montaña de cadáveres.
En el centro del pequeño corredor, unos pies negros unidos a unas piernas marrón oscuro se apoyan sobre la tapa de un cubo de basura. Una mano de no se sabe qué esqueleto agarra los pelos canosos y rizados de una calavera, y una camilla metálica tiene sobre ella dos cuerpos tumbados, que de no ser porque estamos en Madrid, podrían haber pertenecido a dos faraones egipcios recién sacados de sus sepulcros. También hay piernas sueltas, troncos sin cabeza y caras hinchadas que están perdiendo sus facciones, esperando al crematorio.
Olor a muerte
Y luego está el olor. El horrible aroma de la muerte, que se mezcla con años y años de soluciones de formol inyectadas en dosis de 20 litros a cada voluntario que donó su cuerpo. Un ambiente que ataca al visitante como un vapor venenoso, quemando la garganta al respirar, como comprobaron los redactores.
Los vapores abrasan al respirar, y ahogan un ambiente insalubre en el que según los sindicatos flotan bacterias y virus, donde los trabajadores tienen que acudir a diario. Apenas unas 20 personas tienen acceso a estos sótanos del departamento, aunque en realidad cualquier estudiante curioso puede colarse a verlo: las prácticas se hacen en el piso de arriba, nada impide bajar al sótano del horror y no sería la primera vez que un bedel encuentra a algún curioso vagando, guiado por el morbo.
La insólita situación, que puede suponer riesgo sanitario para los trabajadores, ha sido denunciada por responsables sindicales a Ramón Mérida, que niega peligro ninguno para los operarios: «Además, los cadáveres infectados en absoluto se tocan, se incineran directamente, por supuesto». Y remata: «Todo está en vías de solución: el funcionario prejubilado ocupará los 40 días que tiene que trabajar al año quemando restos, y lo demás lo llevaremos a otros hornos».
Según los expertos, no existe ningún protocolo legal para el cuidado de estos cuerpos una vez son entregados por el donante, más allá de algunas recomendaciones genéricas de la Sociedad Española de Anatomía.
Sanidad Mortuoria
Un portavoz de Sanidad de la Comunidad de Madrid aseguró a este diario que no existe normativa al respecto, ni regional ni nacional, y que todo depende de las diferentes facultades de Medicina que reciben los cuerpos. Cada comunidad es competente en la llamada Sanidad Mortuoria, pero eso sólo incluye enterramientos, traslados o autopsias, no la donación de cuerpos a la ciencia. Un vacío legal parece desamparar a todos estos muertos.
Sin embargo, en el departamento contiguo, Anatomía y Embriología I, sí existe un estricto protocolo de actuación que se sigue, hasta donde ha podido saber este diario, con rigor. Los cuerpos se ordenan en estanterías, metidos en bolsas, con etiquetas identificativas no sólo de los fallecidos sino también de las causas de sus muertes, y sus restos son cuarteados y retirados en cubos cuando ya han sido utilizados para los experimentos. Justo lo contrario que en Anatomía II.
Como si de La matanza de Texas se tratara, los cuerpos de este sótano de los horrores se hallan en tres situaciones a cada cual más macabra. Unos se agolpan envueltos en sudarios sin identificación alguna, pegados entre sí por bloques de hielo, dentro de una cámara frigorífica ruidosa y de apariencia pleistocénica, que los mantiene relativamente frescos para que los estudiantes los utilicen. Brazos y piernas casi saponificados salen por aquí y por allá, en una escena que recuerda a una fosa común.
Otros cadáveres están en tinas con formol, también apiñados, pero el hacinamiento es tal que algunos de ellos sobresalen y se presentan descompuestos, con el consiguiente olor rancio, absolutamente insoportable. Hay unas ocho o 10 tinas por todo el departamento, con una decena de cadáveres cada una aproximadamente. Y el tercer contingente de cuerpos se encuentra en el «secadero», la verdadera cámara de los horrores de la Complutense. Se trata de la estancia en que los cadáveres ya utilizados por los estudiantes aguardan al horno crematorio. Su visión es una verdadera pesadilla, en la que se mezclan brazos con cabezas, troncos sueltos, piernas rajadas con los huesos al aire y pies ennegrecidos. La higiene del lugar es nula. El suelo está resbaladizo a causa de las grasas y fluidos que los cuerpos van soltando.
Fuentes de la facultad explicaron además otro factor que puede ser clave, pero que parece inexplicable: Anatomía II no ha cortado la recepción de cadáveres pese a la falta de espacio. Según Mérida, el departamento recibe «unos 50 al año».
«Las cifras de donación de cuerpos han crecido en los últimos años»
En la era de las nuevas tecnologías y la innovación tecnológica, el estudio con cadáveres sigue siendo fundamental para la formación, actualización e investigación de los profesionales sanitarios. «Tenemos que estar muy agradecidos de que se donen cuerpos a la ciencia, porque son algo insustituible. No hay simulación, maniquí ni multimedia que puede imitar la realidad ni la calidad de un cuerpo humano real», explica Francisco Sánchez del Campo, catedrático de Histología y Anatomía de la Universidad Miguel Hernández (Alicante). Las donaciones, aclara, sirven para que médicos, enfermeras, fisioterapeutas, podólogos y otros especialistas aprendan nociones fundamentales sobre la anatomía del cuerpo humano. Pero, además, también son claves para el desarrollo de nuevas técnicas quirúrgicas o la investigación de nuevas vías de abordaje terapéutico. En principio, cualquier persona mayor de edad puede hacerse donante, pero no todos los cuerpos se consideran aptos para su utilización. «Se descartan los cadáveres de personas que hayan donado previamente sus órganos, que se hayan sometido a una autopsia, que padecieran una enfermedad infecto-contagiosa o que presentaran una obesidad mórbida», apunta Sánchez del Campo. Según este especialista en anatomía, en los últimos años han aumentado las donaciones de cuerpos en España. «Cuando comenzó a extenderse la práctica de la incineración, las cifras de donación entre los españoles comenzaron a crecer. La crisis puede haber ejercido cierta influencia en este aumento porque los servicios funerarios son caros, pero es difícil establecer una relación clara», indica. Cuando un cuerpo se dona a la ciencia, se somete a una serie de procedimientos para que pueda utilizarse sin problemas en la mesa de disección. En primer lugar, a través de un vaso sanguíneo se infunde un líquido de fijación al cadáver. Acto seguido, lo más habitual es introducir el cuerpo en una balsa con formol, alcohol, glicerina y otros compuestos, donde permanecerá unos meses. Después, se conserva en una cámara frigorífica a unos 5º para garantizar su viabilidad. «En docencia, el tiempo medio de utilización de un cadáver en nuestra universidad es de unos dos años, aunque si se emplea para cirugía estos tiempos son variables», explica Sánchez del Campo. Cuando ya no son útiles para la investigación o la formación, «los cadáveres donados se incineran y las cenizas resultantes se depositan en un cementerio»./ C. G. LUCIO
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