Obesógenos: las sustancias que nos están haciendo engordar sin darnos cuenta
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Todo el mundo sabe que cada vez estamos más gordos. Y casi todo el mundo cree que el aumento de la ingesta calórica y el sedentarismo en las sociedades desarrolladas son los principales culpables de la epidemia de obesidad. El problema es que, ni los cambios en la dieta, ni el sedentarismo, son suficientes para explicar por qué ha crecido la obesidad en todas las poblaciones.
El ejemplo más claro de esto hay que buscarlo en el reino animal. La Encuesta Nacional de Obesidad de las Mascotas de EEUU ha constatado que el 50% de los gatos y perros estadounidenses sufren de sobrepeso. También los animales de laboratorio y de los zoológicos, que han tenido la misma dieta y estilo de vida durante décadas, están cada vez más gordos.
En 2010, un grupo internacional de científicos publicó un estudio en la revista Proceedings of The Royal Society, en el que se analizaba la evolución de 12 poblaciones de animales que viven en ambientes de influencia humana: todas habían engordado. Los chimpancés, la especie genéticamente más cercana a los humanos, habían experimentado un aumento de peso de entre el 33,2% y el 37,2% en el periodo comprendido entre 1985 y 2005. Bien es cierto que parte de este aumento podría deberse a que también los chimpancés comen más y hacen menos ejercicio, pero los investigadores aseguran que los chimpancés estudiados, al menos durante la última época, vivían en un ambiente muy controlado, con una dieta constante y unos hábitos de vida inalterables. ¿Por qué entonces continuaban engordando? ¿Puede ser la señal de que estamos pasando algo por alto?
Las sustancias que alteran nuestras hormonas
Dado que la dieta y sedentarismo no parecen explicar por sí solos el aumento de la obesidad, los científicos exploran la posibilidad de que existan otros factores que jueguen un papel complementario, y que afecten por igual a humanos y animales.
En 2002, Paula Baille-Hamilton, profesora de la Universidad de Stirling (Escocia) especialista en toxicología y metabolismo humano, firmó una polémica investigación en la revista Journal of Alternative and Complementary Medicine (que, pese a su sospechoso nombre, está muy bien valorada en los rankings) en la que aseguraba que existía una relación causal entre el aumento de los agentes químicos ambientales y el aumento de la frecuencia de la obesidad en la población. Poco después se acuñó el término obesógenos para nombrar a estas sustancias químicas que polucionan el medio ambiente y que, incorporadas al organismo, pueden interferir con la regulación y conservación de la energía.
Los obesógenos son en su gran mayoría xenobióticos, esto es, compuestos cuya estructura química es inexistente o poco frecuente en la naturaleza
Los obesógenos son parte de los famosos disruptores endocrinos: las sustancias químicas que interfieren con nuestro sistema hormonal, causando alteraciones a todos los niveles de nuestro metabolismo. Su estudio es muy complejo, lo que explica por qué, más de una década después de la publicación del trabajo de Baille-Hamilton, muy poca gente conoce su existencia fuera de los círculos académicos. Al fin y al cabo, los obesógenos son en su gran mayoría xenobióticos, esto es, compuestos cuya estructura química es inexistente o poco frecuente en la naturaleza ya que han sido sintetizados por el hombre en el laboratorio. La mayoría han aparecido en el medio ambiente durante los últimos 100 años, por lo que su influencia sobre este está aún lejos de conocerse por completo.
Pese a esto, numerosos estudios in vitro, sobre animales de laboratorio y en humanos realizados en la pasada década evidenciaron que muchas de estas sustancias presentes en el medio ambiente o en la dieta pueden interferir con el complejo mecanismo de señalización neuroendocrina produciendo efectos adversos: entre otros, probablemente, la obesidad.
Un campo de estudio complejo y con pocos apoyos
El doctor Ricardo García-Mayor, especialista en endocrinología y nutrición e investigador de la Universidad de Vigo, es uno de los pocos médicos españoles que ha estudiado en profundidad el complejo mundo de los obesógenos. En su revisión de estudios Disruptores endocrinos y obesidad: obesógenos, publicada en 2011 en la revista Endocrionología y nutrición, recopiló todas las evidencias científicas que tenemos hasta la fecha sobre estas sustancias. Su conclusión es clara: existen evidencias del efecto obesógeno de estas sustancias en estudios en animales de experimentación, tanto in vitro como in vivo, pero muy pocas en humanos.
La influencia de los obesógenos se está agravando debido a que nuestra comida tiene cada vez menos vitaminas y minerales
Según ha explicado García-Mayor a El Confidencial, tenemos suficiente evidencia en animales para afirmar que los tóxicos ambientales pueden ser la causa del aumento de la prevalecía de obesidad en estos, pero no se ha logrado demostrar si ocurre lo mismo en humanos, porque “los diseños experimentales son más difíciles por motivos obvios”. Es cierto que el metabolismo de animales es diferente al humano, pero también es difícil creer que, entre todos los posibles obesógenos catalogados, ninguno vaya a afectarnos de una forma u otra.
Baillie-Hamilton, que desde que publicó su investigación no ha dejado de estudiar la relación entre los disruptores endocrinos y obesidad, sigue convencida de que su hipótesis es cierta, y los obesógenos están jugando un papel decisivo en el aumento de la obesidad. Según explicó a The Ecologist en 2012, “los químicos a los que estamos expuestos están envenenando nuestros sistemas de control de peso, lo que daña nuestra habilidad para perderlo”. Una situación que, asegura, se está agravando debido a que nuestra comida tiene cada vez menos vitaminas y minerales (algo que explica debido a la pérdida de calidad de nuestro suelo, que cada vez tiene menos nutrientes).
Cuando Baillie-Hamilton publicó su estudio se encontró con una gran reticencia de parte de la comunidad científica, que no se tomó en serio sus teorías –entre otras cosas porque cuando publicó su investigación ni siquiera estaba adscrita a una institución académica–, pero con el tiempo numerosos estudios han ido mostrando que, al menos, algo de razón llevaba. Este mismo verano dos artículos publicados en la revista Pediatrics han evidenciado que los niños expuestos a dos compuestos químicos utilizados en el envasado de alimentos, el bisfenol A y los ftalatos, son más propensos a ser obesos o presentar resistencia a la insulina que dé lugar a diabetes. Y es sólo un ejemplo.
Un breve catálogo de obesógenos
La investigación avanza lentamente, y no cabe duda de que es difícil encontrar financiación cuando tus estudios van en contra de la industria química, gran parte de la industria agroalimentaria, y las convenciones de la mayoría de nutricionistas. Pese a esto, después de una década se han alcanzado algunas conclusiones, y, tal como recoge la revisión de García-Mayor, estas son las sustancias sobre las que se dirigen todas las miradas.
Genisteína
Es una isoflavona con propiedades antioxidantes, que se ha utilizado como antihelmíntico, para tratar la infestación por lombrices. Se encuentra de forma abundante en la soja. Los científicos han comprobado que la sustancia, en dosis similares a las que podría consumir cualquier humano que incluya la soja en su dieta (es decir, casi todos los orientales, y cada vez más occidentales), resulta obesogénica en ratones. Otros estudios han comprobado que la sustancia altera la distribución de la grasa corporal en mujeres postmenopaúsicas.
Bisfenol A
Es de largo el obesógeno más estudiado, sobre el que recaen más evidencias científicas y, además, el que afecta en mayor medida a la población, dado su amplio uso en productos industriales y de consumo. En cultivos de adipocitos humanos se ha observado que el BPA inhibe la liberación de la adiponectina, un protector del organismo sobre muchos de los componentes del llamado síndrome metabólico. Otros estudios han demostrado que los niños expuestos a esta sustancia son más propensos a ser obesos. Su efecto, no obstante, podría ser más limitado en los adultos. Según demostró una investigación de 2011 el Bisfenol A se absorbe y elimina rápidamente por el organismo, por lo que no tendría el efecto tóxico observado en los animales de experimentación.
Compuestos órgano-estáñicos
El tributil-estaño (TBT), monobutil-estaño (MBT) y tifenilestaño (TPT) son agentes orgánicos que de forma continua polucionan el medio ambiente. Se utilizan en el revestimiento de embarcaciones, en la industria de la madera, en sistemas conductores de agua, y como fungicida en alimentos.
Según una investigación de la Universidad de California, publicada en 2006, estas sustancias activan unos receptores nucleares que juegan un decisivo papel en la adipogénesis. En opinión de García-Mayor, es necesario realizar más estudios epidemiológicos, pero dado el contacto amplio y frecuente de estas sustancias con un segmento importante de la población general, estos agentes son posibles obesógenos en humanos.
Ftalatos
Los ftalatos son compuestos orgánicos sintéticos derivados del ácido tálico. Están amplia y continuamente en contacto con la población al ser constituyentes de plásticos, productos de cosmética, juguetes, lubricantes, etc. Se comprobó su efecto adipogénico en ratones prenatales y este verano un estudio comprobó que los niveles urinarios de un tipo particular de ftalatos, conocidos como di-2-etilhexil (DEHP), que se utiliza para suavizar las botellas de plástico, están estrechamente ligados a las probabilidades de tener resistencia a la insulina, un precursor de la diabetes. Además, otro estudio epidemiológico en humanos varones observó una correlación positiva entre la concentración de ftalatos en orina y el perímetro de la cintura.
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