Claustrofobia. Es la primera sensación al entrar a lo que será mi cubículo esta noche. Entre 1,2 metros de alto y ancho, uno valora el privilegio de poder estar erguido. Sobre el colchón de 10 cm de altura, está la ropa de cama y la almohada. Todo de Ikea, calidades media-bajas. No hay mesa de noche. Coloco mi maleta de mano al lado del colchón y cabe. Un enchufe sirve para cargar el móvil. Hacer la cama es labor de malabaristas. Para poner la funda al edredón, hay que salir del habitáculo. Para subir a la colmena superior hay que emplear una escalera. Como esto aún no está acabado, es una de las que usan los pintores... Marc Olivé -electricista, inversionista y promotor de esta idea- termina de instalar unos LED que cambian de colores e iluminaran el espacio... Con el tono carmín, uno se siente una cabaretera del barrio rojo de Amsterdam. Con el azul, un extraterrestre de Star Wars. Con el mando, lo dejo en luz blanca. Me miro los pies y me acabo de dar cuenta que no he corrido la puertecilla de plástico de cuatro milímetros que me da intimidad. Antes de llegar, nos han pedido que desconectemos el móvil para no ser geolocalizados... Con ustedes, uno de los pisos-colmena -ilegales aún- que hay en Cataluña. Pronto en Madrid y Baleares.
Está ubicado en un punto entre Barcelona y Hospitalet de Llobregat. He escogido el habitáculo más pequeño. Los hay de distintas medidas y precios. Según las tarifas de Haibu, el precio es de 225 euros al mes todo incluido. Por 35 euros más, uno se gana el derecho de estar de pie; la altura sube a 2,40 metros. En este piso de 240 m2 vivirán, cuando esté a su máxima capacidad, 21 personas. Hay tres baños. Está inacabado pero ya hay residentes en él. Uno de ellos es José María Moreno (Barcelona, 1974). Es un camionero divorciado, que trabaja a media jornada.
Tras su separación, le vino la ruina. Mide 165 centímetros de estatura. «Gano 900 euros y pago una pensión de 432 euros. No podía pagar más». José María es amable, educado y todos sus compañeros le aprecian. Tiene más arrugas que las que les corresponden a sus 44 años. Él ha elegido la opción que le permite estar de pie. Le encontramos luchando porque la televisión funcione. En este lugar, es una vía de escape. Le veo salir, con una enorme mochila. «Hay que pasear mucho... Espero que me aumenten las horas y poderme ir. Esto es temporal», dice este hombre de rutinas fijas. Se despierta a las 7 de la mañana. Se prepara un café. Trabaja por ahora de sábado a lunes. Tiene seis hermanos pero terminaron peleados por la herencia de su padre. A él le tocaron sólo 7.000 euros. Antes del divorcio vivía en un piso de unos 70 m2.
-¿Qué echa de menos de esos tiempos ?
-La tranquilidad, dormir sin sobresaltos.
EL DESORDEN ES UN LUJO
Llegó a la colmena con dos maletas y unas bolsas. El resto lo repartió entre la casa de su hermana o lo regaló. Su habitación está ordenada. Todo al milímetro. Aquí, el desorden es un lujo que te impide moverte. La cerradura suena. Siempre hay sobresaltos porque éste es un lugar que carece de permisos. Es por una pelea encarnizada entre Ada Colau y Haibu. Colau les ha declarado la guerra. Y los antisistemas la secundan. Olivé, su gerente, ha decidido hacer guerra de guerrillas y está abriendo sus colmenas sin permiso, en distintas partes de la ciudad.
-¿No es inhumano el espacio?
-Hay que entenderlo como cuando uno va a un albergue y compartes espacio con otras personas. Es una solución temporal para gente que podría terminar durmiendo en la calle. -dice Olivé. Sus inquilinos coinciden con él, quien defiende que, para compensar lo pequeño de los habitáculos, los espacios comunes son amplios. Hay armarios y escritorios repartidos por el salón que mide unos 65 m2; la cocina, 18 m2; y un patio igual de grande.
Mustafá Elyoubi (Fez, Marruecos, 1972) llega algo exaltado. Luce ropa cara de marcas como Dsquared, Bikkembergs y Aeronautica Militare. Lleva 13 años en España. Trabajaba en un restaurante hasta que su pierna dijo basta. Tiene un trombo leve que le impide estar muchas horas de pie. De 175 cm de estatura y espaldas anchas, ocupa casi toda la cama. Es pulcro y tiene su cubículo recogido al milímetro, cual habitación de hotel. Claro, si existiese una de 5,76 m2. Se vende bien: «Hablo francés, inglés, alemán, español y catalán». Trabaja en La Roca Village, el outlet de lujo que está en las afueras y gana 600 euros. «Voy tirando». Estudió Turismo en su país. Recalca: «No vine ni mojado ni en patera ni nada. Llegué con papeles». Antes vivía en un pueblo en un piso con garaje por el que pagaba 490. No le renovaron. Se quedará aquí si la convivencia es buena. «Estoy por propia elección. Me gusta la idea. Sólo quiero respeto».
A las 11 de la noche, hay una charla en la cocina. Volumen bajo, sin casi hacer ruido. Mustafá grita: «¡Cojones, que ya es muy tarde!». Silencio. La noche es apacible. Sobre la una de la mañana Héctor Cabañol (Barcelona, abril 1982) está en el medio del salón. Está pensativo, algo melancólico. Tiene dos preciosas hijas que no puede recibir en la colmena. Es una de las reglas. Ninguna visita de quien no sea residente. A su lado hay un poster que forma parte de la decoración: «Think in Magic». Él trabaja como jefe de mantenimiento de trenes. «A media jornada». Se ha divorciado y -tras pagar la hipoteca y la pensión- no le quedan ni 300 euros de los 800 euros que gana. Pensó en ir a un albergue social. Busca salidas para poder vender su piso, que le aumenten la jornada... Quiere retomar a su vida pronto. Se coge la barba, apenas aprieta al dar la mano. Otra buena persona en desgracia.
Los ronquidos de Mustafá a las cinco de la mañana son siniestros como alarma de móvil. David Castro (Colombia, 1987) le golpea la pared. Lleva cuatro años en España. Un buscavidas. Trabaja en lo que puede y cuando puede. Soltero y sin hijos, fue el primero en llegar. Y está viendo la colmena llenarse. «Considero que las personas tienen que cambiar el chip». Se queja de los ruidos, la mayor pesadilla. Ya que, a diferencia de las colmenas japonesas, perfectamente aisladas, aquí uno escucha la tos de quien está a varios metros a la redonda. «No sé si aguante», refiere con ojeras...
Olivé anuncia que existirán colmenas separadas por edad y por sexo. También habrá, como en mi colmena, celdas para dos personas, una pareja: 325 euros, cama doble, que quizá ocuparán José y Lola, solicitud a Haibu número 106. Él es camarero y ella, en paro. Les desahucian en un mes. Nadie les alquila. Tendrán que prepararse para el voyeurismo sonoro... El gestor de Haibu quiere montar 17 colmenas, de 1.400 plazas, unicamente en Cataluña. Para Madrid está adquiriendo dos hostels, con licencia, 275 habitáculos. En Baleares, tres colmenas, 600 camas. En el extranjero, Washington y París son sus siguientes destinos. Afirma que lo del ruido se solucionará cuando finalice la obra y se aísle. Promesas y más promesas que lanza con la mejor de sus sonrisas. Va aprendiendo sobre la marcha.
Avisa también que habrá una macrocolmena en Gavá, a 23 km de Plaza Cataluña, donde cada cápsula como en la que he dormido hoy costará entre 55 y 110 euros... Por cierto, Olivé vive en un piso de tres cuartos y unos 100 m2 en Sagrada Familia, distrito Eixample, donde la media de alquiler por habitación es de 520 euros. «Me acoge un amigo». Su pulso con los antisistema y Colau continúa. El jueves por la mañana aparecen pintadas en el local de Haibu de Carrer de la Constitució, en el barrio de Sants: «Marc Olivé especulador», se lee. Anuncian una manifestación en su contra para el 24 de febrero. Él confirma que seguirá. Que le apoyan inversores españoles, holandeses y árabes para reunir los 3,7 millones que costará su proyecto en su primera fase...
La mitad de la colmena está despierta a las 7:30 de la mañana. Balance final tras una noche en la colmena. Horas de sueño: tres, dos profundas. No me duele la espalda. A pesar del espacio, como siempre, me ha costado encontrar mis gafas. Y me he dado con el techo dos veces durante la velada al ir al baño.